"La Providencia ha favorecido maravillosamente a las provincias granadinas. De cielo tan risueño, de terreno tan fértil están dotadas que no ha faltado quien las compare con la mansión de los bienaventurados".

Comienza así Miguel Lafuente Alcántara su "Historia de Granada", de 1843, comprendiendo, como el mismo dice, la de sus cuatro provincias: Almería, Jaén, Granada y Málaga.

- "Y vuesa merced, dónde camina?

- Yo, señor -respondió el caballero- voy a Granada, que es mi patria.

- Y buena patria! -replicó don Quijote."

Sírvannos estas deliciosas citas de introducción al breve apunte que presentamos sobre los primeros habitantes históricos que vivieron en nuestra tierra granadina.

Al intentar estudiar esta primera cultura histórica en la provincia de Granada nos encontramos con el problema que plantean los escasos estudios que hay al respecto, a pesar de la evidente riqueza que reflejan los datos con los que contamos.

Los trabajos realizados se han centrado sobre todo en necrópolis, encontrándose muy pocos trabajos publicados sobre poblados, y los que hay, limitados a secuencias estratigráficas con mayor interés por las épocas más antiguas.

ANTECEDENTES

Vamos a comenzar dando una visión general de lo que fueron las fases más antiguas de la formación del mundo ibérico que, desde un punto de vista secuencial, está aceptablemente estudiado.

Estos estudios ponen de manifiesto la personalidad propia de las poblaciones del Bronce Final que a comienzos del siglo VIII a.C. mantenían aún una cultura plenamente prehistórica. Estas poblaciones van a sufrir un proceso de aculturación provocado por las influencias externas centradas en las factorías fenicias que, en esta misma época, se establecen en el Mediterráneo. Ese proceso culminará con la aparición de la cultura ibérica.

Durante el Bronce Final se va a constatar un importante cambio en los patrones de asentamiento desapareciendo las grandes construcciones defensivas. El cambio en la organización de los poblados y su establecimiento en zonas llanas o bajas permite la entrada de nuevas influencias externas. La mirada está ahora dirigida a la cultura tartésica más que a los pueblos de la meseta. Pero esto no significa que se pueda hablar de una unidad cultural. La cultura del Bronce Final de las depresiones granadinas presenta unas características muy personales y diferenciadas de sus vecinos del Alto Guadalquivir.

Junta a esta naciente personalidad, el otro factor determinante de la formación del mundo ibérico lo constituye el contacto con los semitas asentados en la costa mediterránea que, a partir del siglo VIII a.C., van a dejar su influencia en estas tierras.

La llegada de los fenicios a nuestras costas peninsulares, con nuevos elementos culturales como el alfabeto, empleo del torno rápido para la fabricación de cerámicas y sus sistemas de decoración, implantación de nuevos cultivos o fabricación de tejidos, va a servir de revulsivo a las poblaciones del Bronce Final peninsular y, tras el proceso de aculturación citado, se sentarán las bases de la floreciente cultura ibérica.

En la vega de Granada conocemos detalladamente este proceso gracias a los datos extraídos de las potentes secuencias estratigráficas del Cerro de los Infantes, en Pinos Puente y el Cerro de la Mora, en Moraleda de Zafayona.

El Cerro de los Infantes, a escasos kilómetros de Granada, se ha constituido como uno de los yacimientos arqueológicos con especial relevancia en la documentación del proceso protohistórico en la Alta Andalucía.

Para encontrar los antecedentes de la cultura ibérica en el Cerro de los Infantes hay que remontarse a la fase de plenitud del Bronce Final. A esta fase corresponden las poblaciones indígenas existentes antes de la llegada del elemento colonizador fenicio.

Los primeros contactos con las poblaciones fenicias se fijan a mediados del siglo VIII a.C. En la fase denominada proto-ibérico, que se inicia a finales del siglo VII a.C. y perdura hasta el 600 a.C., comienza en el Cerro de los Infantes un rápido proceso con profundas transformaciones en la cultura material indígena que culminará con la introducción del torno de alfarero y el horno de altas temperaturas para la cocción de la cerámica, lo que va a producir un desarrollo de las estructuras económica y social, ya dentro de un ambiente propio del Hierro Antiguo.

Entre el material cerámico destaca, por un lado, las importaciones fenicias y, por otro, las cerámicas indígenas llamadas "grises" que reproducen las mismas formas que en el período anterior, pero con una importante innovación, la utilización del torno de alfarero.

En una fase estratigráfica, fechada a fines del siglo VII, se localizó en este yacimiento un horno de alfarero en el que se fabricaban ánforas similares a las fenicias. Con esto queda demostrado que en el siglo VII las poblaciones de la vega de Granada han dejado atrás el modo de vida prehistórico y han desarrollado nuevas posibilidades industriales que pueden estar conectadas con una floreciente explotación y comercialización del vino y del aceite.

Aunque haya mediado la influencia fenicia, que desde la costa alcanzó muy pronto la vega de Granada a través del Boquete de Zafarraya, sólo las condiciones sociales internas y de las poblaciones dependientes podrían permitir el desarrollo y consolidación de estas actividades económicas.

Por otra parte, la nueva urbanística denota asimismo la transformación en los modos de vida y en la estructura social de la población. Las cabañas aisladas de tipo oval, características del Bronce Final, son sustituidas por viviendas de planta cuadrada con varias habitaciones.

Todos estos datos se encuentran avalados por los estudios realizados en otros yacimientos como es el caso del Cerro de la Mora, con una similitud de secuencias estratigráficas con respecto al Cerro de los Infantes.

El yacimiento arqueológico de la Cuesta de los Chinos, en Gabia, supone también un punto de referencia para el estudio de la prehistoria reciente en el ámbito de la vega de Granada.

Junto a estos yacimientos podemos citar otros como el Cerro del Centinela, los Molinos (Padul), los Baños (La Malá), Mesa de Fornes y Cerro de las Agüjetas (Pinos Puente), en los que se constata el proceso expuesto.

En las depresiones granadinas el proceso de cambios resultará distinto del que puede observarse en la Baja Andalucía o incluso en el Alto Guadalquivir. Las depresiones han venido desempeñando desde el Bronce Final el papel de intermediarios entre el mundo tartésico y el sudeste y, ahora, entre las colonias costeras y el Alto Guadalquivir, como zona principal de producción de materias primas.

El carácter de zona de tránsito en sentido N-S puede ser un factor determinante par explicar la distribución del poblamiento en las fases preibéricas. Observamos una mayor concentración de asentamientos en las zonas de entrada a la vega de Granada (Mesa de Fornes, Baños de La Malá, Cuesta de los Chinos, Cerro de la Mora), y en las zonas de posible salida hacia las campiñas del Guadalquivir en Jaén (Cerro de los Infantes).

La ruta W-E parece controlada por una importante concentración de yacimientos en el pasillo de Loja como zona de salida siguiendo el cauce del río Genil. La depresión oriental Guadix-Baza-Huéscar parece no tener la misma importancia en estos momentos y habremos de esperar a las primeras fases de los propiamente ibérico para ver como adquiere un papel relevante.

En definitiva y para concluir estas notas sobre los antecedentes de la cultura ibérica, hay que resaltar la enorme rapidez con que la población indígena del Bronce Final asimiló las innovaciones técnicas introducidas por el mundo fenicio, demostrando una sólida organización que logró canalizar, a comienzos de la Edad del Hierro las actividades industriales y comerciales que se desarrollaban en las regiones del interior con las posibilidades que, hacia el exterior, les brindaba el comercio fenicio. En muy poco tiempo, entre el 750 y 650 a.C. se consolidarán los cimientos de la Cultura Ibérica con la que Andalucía, y en concreto la región granadina, comienza su período histórico.

LA CULTURA IBERICA EN LA PROVINCIA DE GRANADA

Si, como hemos visto, para las fases de formación del iberismo contamos con documentación de calidad, al adentrarnos en el mundo ibérico propiamente dicho, ésta se hace más escasa. Pero el problema no está en la falta de yacimientos en esta tierra, sino en una falta de labor investigadora.

Hacia el 600 a.C. la cultura ibérica inicia su desarrollo en la Alta Andalucía, teniendo como base a aquellas mismas poblaciones que cien a os antes mantenían una cultura plenamente prehistórica.

En la vega de Granada aparecen materiales pertenecientes a la fase inicial de esta cultura en yacimientos como la Mesa de Fornes, en el Pantano de los Bermejales, los Baños de Alhama o el Cerro de la Mora, en Moraleda de Zafayona.

En líneas generales, durante el Ibérico Antiguo se afianzan los típicos estilos decorativos de la cerámica ibérica, con la consolidación de las vasijas policromas o monocromas de bandas estrechas, aumentando el número de importaciones griegas o incluso etruscas.

La fase plena de la cultura ibérica se desarrolla durante la segunda mitad del siglo V y siglo IV a.C. Los yacimientos del Ibérico Pleno son comparativamente más numerosos, econtrándonos con importantes concentraciones urbanas en la provincia de Granada.

Ahora parece que el foco de mayor actividad se desplaza desde la Baja a la Alta Andalucía quizá debido a la intensificación de la actividad comercial griega y la caída del bronce en los mercados mediterráneos. La nueva situación económica lleva a la fragmentación de Tartessos y el surgimiento de las ciudades-estado turdetanas. Por el contrario, la riqueza en mineral de hierro de la Alta Andalucía y su despegue de las mediatizaciones tartésicas actúa como foco de atracción para los nuevos intereses económicos.

Es extremadamente difícil delimitar, desde un punto de vista étnico y geográfico, los distintos pueblos indígenas que ocuparon el territorio granadino. De forma genérica se puede afirmar que en el ámbito de la Alta Andalucía se constata la presencia de cuatro grandes zonas de poblamiento ibero, que de sur a norte y de este a oeste son: bástulos o bastetanos, túrdulos o turdetanos (Obulco, Porcuna) y oretanos-mentesanos (Cástulo, Linares), sin tener en cuenta a los mastienos que, en época anterior ocupaban prácticamente estos mismos territorios. Estrabon, Mela, Plinio y Ptolomeo son los autores clásicos que citan a los bastetanos. La mayor parte de la región granadina estaba ocupada por ellos, teniendo en Basti (Baza) su núcleo urbano más destacado.

Conocemos muy poco de las características de las ciudades iberas, pero, a pesar de la escasez de investigación arqueológica, por los trabajos realizados en varios asentamientos bastetanos, como son Cerro del Real de Galera, Cerro del Cepero de Baza, las Angosturas de Gor, los Castillejos de Montefrío, los Castellones de Laborcillas o el Cerro de los Infantes, entre otros, se puede afirmar que en esta época vuelven a desarrollarse las necesidades defensivas que obligan a ocupar las cimas de cerros elevados y de difícil acceso.

En el Cerro de los Infantes, en donde se emplaza Ilurco cuyo nombre conoceremos más tarde al aparecer en monedas y lápidas epigráficas, se constata claramente como las poblaciones iberas que hemos visto gestarse en etapas anteriores aparecen ya plenamente formadas. De igual modo, esa tendencia constructiva y urbanística que viene desde la fase protoibérica, adquiere ahora mayor relevancia, construyéndose, de forma sistemática, las casas de estructura rectangular, con zócalo de piedra y alzado de adobe, siguiendo en parte la tradición anterior, aunque con una mayor complejidad urbanística, reflejo a su vez, de una mayor complejidad de orden social, político, económico e ideológico.

Las tierras de Huéscar, Baza, Guadix y Granada, por su extraordinaria situación geográfica, alcanzan una fase de gran esplendor, al conectar los centros mineros del Alto Guadalquivir con las poblaciones del Levante y, en consecuencia, con los grupos comerciales atenienses. Dicho auge se refleja en el elevado nivel de riqueza que adquieren durante los siglos V y IV a. C. muchas de las necrópolis bastetanas. En ellas se aprecia el alto grado de desarrollo que se alcanzó en las técnicas constructivas. En este sentido hemos de mencionar la necrópolis de Tutugi, en Galera, que presenta más de un centenar de sepulturas tumulares, con cámaras de planta cuadrada y rectangular y construidas con mampostería y sillería.

La necrópolis del Cerro del Santuario de Baza no presenta una arquitectura monumental pero sí ajuares de elevada riqueza, como el de la tumba donde apareció la Dama de Baza. Esta necrópolis, excavada por F. Presedo, ofrece una gran variedad de tumbas que reflejan la complicada estratificación social alcanzada por el mundo ibérico y las variaciones que sufrió el ritual a lo largo de su período de utilización. Se distinguen, según F. Presedo, varios tipos de tumbas, desde el más sencillo, que consta de una simple fosa en la que se introduce la urna con las cenizas y ajuar simple, pasando por otros tipos de estructura más compleja y mayores ajuares, hasta llegar al tipo monumental como es la tumba en la que se encontró la Dama de Baza.

En las necrópolis bastetanas las cerámicas indígenas muestran ya las formas y motivos decorativos "clásicos" del iberismo, definidos por un geometrismo en el que las bandas pintadas alternan con franjas de semicírculos y segmentos circulares separados por líneas verticales onduladas.

La riqueza de estas necrópolis refleja el alto grado de desarrollo de las estructura económica del pueblo bastetano. La base de la economía era la agricultura complementada con la ganadería. La minería debió ser otra actividad económica importante. El oro, la plata y la sal son los minerales mencionados en las fuentes antiguas. Junto a ello, encontramos indicios de un total afianzamiento de las actividades metalúrgicas del hierro. Por otra parte, la presencia de una esmerada orfebrería hace sospechas la existencia de una clase alta que ocuparía los ricos enterramientos de Galera y Baza.

Las relaciones comerciales y la aparición de la moneda representaban una continuación del comercio orientalizante, que se venía desarrollando por el territorio bastetano.

Entre los bastetanos existía una clara estratificación social, reflejada en sus necrópolis, que hay que imaginarla en el marco de una estructura política en forma de civitates o populi, de las que conocemos muy pocos nombres. Hay que pensar que todas ellas eran independientes pero en un estado de semindependencia con respecto a la capitalidad del territorio, es decir, a Basti.

En definitiva, en las poblaciones de la Alta Andalucía, desaparece el modo de producción domestico y la organización basada en los lazos de parentesco. El pueblo bastetano ha superado el concepto de tribu y ha comenzado a tener embriones de formas estables estratificados, con reyes o reguli y con distintas capas sociales. Cartagineses y romanos encuentran una base firme para su política de explotación de sus recursos naturales, primero, y, después, para su acción romanizadora. Las tribus bastetanas alcanzan un gran significado durante la época ibérica que van a ir perdiendo al contacto con estos pueblos.

No podemos finalizar esta breve exposición sin mencionar la ciudad de Iliberri, que, junto con Ilurco, se van a disputar la explotación de la vega de Granada, en la cabecera oriental del Genil, durante la fase de apogeo de la cultura ibérica.

Granada entra en la historia de la mano de sus monedas, que repiten el nombre de la ciudad en caracteres ibéricos del sur. Fuente literarias antiguas y suficientes documentos epigráficos permiten reconstruir con seguridad como Iliberri el topónimo de la comunidad ibérica asentada en el solar de Granada.

La importancia que reviste el Albaycín, y más concretamente la Alcazaba Cadima, para el conocimiento de las raíces de Granada, esto es, de la Granada ibérica, y aún preibérica, romana y árabe, se desprende fácilmente de los significativos hallazgos habidos en este lugar desde el siglo XVI. Buena parte de estos fueron recopilados por M. Gómez Moreno, recogidos y puestos al día por J. M. Roldán y evocados de nuevo por M. Sotomayor y por M. Roca, M. A. Moreno y R. Lizcano.

Los datos obtenidos de las excavaciones realizadas por estos últimos arqueólogos en el Carmen de la Muralla y el solar de la calle María de la Miel, permitieron, sin lugar a dudas, remontar los orígenes de Granada al siglo VII a.C., dentro de un horizonte equiparable al protoibérico identificado en el Cerro de los Infantes.

En relación con la ciudad contamos con escasa información para la época plena de la cultura ibérica, si bien en los trabajos de Sotomayor se ha podido documentar algo de esta fase. Si, en cambio, conocemos por lo menos, dos de sus necrópolis. Una de ellas estuvo ubicada en la colina del Mauror, al norte del Albaycín y lo que sabemos de ella, gracias a Gómez Moreno, es que en este lugar, avanzado el siglo XIX, se hallaron dos urnas de cerámica, ibéricas por su tipología, con huesos y cenizas.

La segunda necrópolis, al sur del Albaycín, es la situada junto al Mirador del Rolando. Aunque las tumbas aparecen en circunstancias poco claras, del estudio realizado por A. Arribas, se desprende que se trata de una necrópolis típicamente bastetana, cuyo período de utilización podría situarse entre fines del siglo V y a lo largo del IV, pudiendo llegar hasta el III a.C.

La presencia de estas necrópolis permite suponer la existencia de un horizonte ibérico pleno de cierta entidad dentro de la trayectoria histórica de Granada.

Rita Espadas Aguado

Licenciada en Geografía e Historia

(Prehistoria e Historia Antigua)

Granada

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