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La medicina que hoy conocemos, la que ha llegado a nosotros conservada en manuscritos, tiene varias raíces. Son varias las vías de penetración de conocimientos .

Conferencia pronunciada en N.A. Granada, el 8 de marzo de 1983.

ORIGENES DE LA MEDICINA ARABE.

La medicina que hoy conocemos, la que ha llegado a nosotros conservada en manuscritos, tiene varias raíces. Son varias las vías de penetración de los conocimientos médicos en el mundo islámico. Se podrían concretar en tres: una procedente de Grecia, localizada en Siria, Asia Menor y Alejandría; otra de Persia centrada en la Escuela de Yundisàbur, y la tercera procedente de la India. A los conocimientos proporcionados por estas tres fuentes habrían de sumarse los propios de los árabes, acumulados a lo largo de muchos años de experiencia, desde la época anterior a la aparición del Islám, es decir, de la llamada época de la Ignorancia. De las tres fuentes foráneas la principal, sin duda, es la griega.

El valor de la aportación griega es doble. Por un parte, los escritos de Galeno, Hipócrates, Pablo de Egina, Dioscórides y otros, son la base sobre la que posteriormente se iban a sustentar los escritos médicos árabes; además el contacto de la medicina griega con el mundo árabe iba a suponer que los conocimientos de los médicos helénicos pudieran difundirse a Occidente en unos momentos en los que la ciencia griega había comenzado su declive y su contacto con el mundo latino comenzaba a ser precario. Los árabes, pues, salvaron en cierto modo del olvido a sus predecesores griegos.

La segunda fuente, la persa, y la tercera, la hindú, iban a proporcionar a los árabes el conocimiento de numerosas especies vegetales, conocimiento que, en buena medida, iba a estar ligado al hecho de ser Arabia cruce de caravanas, procedentes de estos países, que portaban diversas drogas vegetales.

En cuanto al conocimiento que poseían los árabes era una medicina en la que los remedios se empleaban sin una base científica; su uso estaba fundamentalmente determinado por la costumbre. En tiempos de Mahoma, él mismo iba a dictar una serie de normas de carácter entre higiénico y sanitario con un alto contenido de tipo religioso. El Profeta parte de la base de que Dios ha creado las enfermedades y al mismo tiempo ha creado un remedio para cada enfermedad. Sus prescripciones curativas se acompañan de exhortaciones a Dios y recitaciones de ciertos pasajes coránicos. Todo lo que Mahoma dijo relativo al arte médica, ha sido posteriormente recogido y se conoce con el nombre de “Medicina del Profeta”.

EVOLUCIÓN DE LA MEDICINA ARABE

Cuatro van a ser las etapas en que podría agruparse la evolución de esta medicina.

La primera, de toma de contacto, que abarca el siglo VII. En elLa los árabes reciben las influencias y conocimientos de griegos, persas e hindúes, que antes señalábamos.

La segunda, de las traducciones, que corresponde aproximadamente a los siglos VIII y IX. En esta etapa los musulmanes se dedican a verter al árabe los escritos médicos que les llegan, y de modo fundamental los griegos, labor protegida y propiciada por los mismos soberanos que llegan a crear lo que se llamó Casa de la Sabiduría, dedicada especialmente a esta tarea traductora. Es digno de destacar que los musulmanes prácticamente no destruyeron nada de lo que encontraron; antes bien se preocuparon de asimilarlo. En este aspecto radica el hecho de que la cultura árabe sea más recopiladora que original.

La tercera etapa, considerada como la Edad de Oro, que va de los años 900 a 1100, es la de producción de obras originales. Es de notar que ahora es cuando realmente el cetro del saber médico pasa a manos musulmanas, ya que en las etapas anteriores habían sido los médicos cristianos los que ostentaban esta supremacía. Es la época de los dos grandes colosos de la medicina árabe y hasta universal: Al-Razi y Avicena.

La cuarta y última, mediado el siglo XII, inicia la decadencia. Se advierte un progresivo aumento del elemento judío, cuyo prototipo quizá sea Maimónides. Posiblemente la figura más destacada de este período fue un español: Averroes. Comienzan las traducciones latinas y la ciencia árabe va pasando paulatinamente a Europa. Son de destacar los centros de traducción de Montpellier, Toledo y Salerno.

Vemos así como el ciclo se completa; el círculo se cierra de modo perfecto. Los árabes toman contacto con una ciencia, la asimilan y la difunden, para que, a su vez, esa ciencia sea conocida, asimilada y difundida por otros pueblos y en otras lenguas. Junto a sus valiosas aportaciones originales, una de las principales funciones de los musulmanes, de la cultura musulmana, fue servir de puente entre la civilización clásica y el Renacimiento.

AL-ANDALUS. LA MEDICINA HISPANOMUSULMANA

Parece probado que la ciencia, en general, y la medicina en particular, tardaron en arraigar y alcanzar cierto desarrollo en al-Andalus y ello debido a varias causas. Ante todo, los primeros llegados a la Península eran bereberes en gran mayoría, y hombres de guerra árabes; en cualquier caso todos ellos eran prácticamente analfabetos. Luego, una vez llegados, durante todo el siglo VIII, primero de su presencia entre nosotros, lo pasaron enzarzados en una serie de luchas intestinas que les mantuvieron al margen de otra ocupación que los sucesos bélicos o políticos. Al instaurarse el régimen omeya (756) la situación va normalizándose. La estabilidad política iba suponer un paulatino interés hacia lo cultural, pero habrá que esperar al emirato de Abderramán II (822-852) para ver cómo en el panorama andalusí comienzan a aparece figuras y obras concretas que demuestran que el campo de la medicina hispanomusulmana comienza a poblarse. De este punto, por tanto, arrancaremos para iniciar nuestro recorrido en la historia de la medicina andalusí.

Pero antes de ello, se nos plantea una cuestión: ¿qué tipo de medicina se practicó en al-Andalus antes de que apareciera una propia?

A) LA MEDICINA DE LOS MOZARABES

Si antes señalábamos que los primeros musulmanes llegados a España eran casi en su totalidad iletrados, es de suponer que sus conocimientos médicos tuvieran un nivel muy bajo. Por ello parece lógico que hubieran de recurrir a la medicina que por entonces se practicaba en la Península y que no era otra que la visigótica, conocida y practicada por los mozárabes, que, a su vez, tenía hondas raíces griegas. Aquellos médicos mozárabes practicaban la medicina fundamentalmente en los monasterios, sin que faltaran profesionales que tenían sus consultas en las ciudades. Del valor que sus conocimientos tenían basten algunos testimonios.

  1. Uno de los primeros historiadores de la medicina árabe en al-Andaluz, Ibn Yulyul, dice expresamente: “los cristianos eran los que practicaban la medicina”. Y el mismo autor señala que el califa Abderramán III, ya en el siglo X y por tanto en pleno florecimiento de la medicina puramente árabe, fue curado de un dolor de oídos por un médico cristiano. Aparte de las fuentes griegas, la medicina mozárabe podría estar inspirada en el Libro IV de las Etimologías de San Isidoro.
  2. La competencia de los médicos cristianos se manifiesta también en el hecho de que cuando se traduce en Córdoba la Materia Médica de Dioscórides, se logre identificar muchos nombres de drogas vegetales que resultaban desconocidos en la versión oriental, debido, muy probablemente, al gran conocimiento que de las plantas se tenía en al-Andalus tal vez, también a través de las Etimologías que dedica una parte al cultivo de las plantas. Del mismo modo, en materia de higiene, el primer tratado de que se tiene noticia que fuera escrito en España fue obra de dos mozárabes: se trata del Calendario de Córdoba (s.X), en el que dentro de cada mes se dan consejos de tipo médico a observar en el período descrito.
  3. B) LOS PRIMEROS TRATADOS ARABES Al hablar de los comienzos de la medicina en al-Andalus y antes de tocar el tema de la medicina mozárabe, veíamos que la ciencia médica árabe se inicia en el siglo VIII. El primer tratado de que se tiene noticia (y su descubrimiento es muy reciente) y se debe precisamente a un andaluz y más concretamente a un granadino. Se trata de Abd al-Malik ibn Habib, célebre en el campo de la historia y, sobre todo, en el del derecho (y aquí tocamos un punto interesante que más adelante desarrollaremos y es el carácter de polígrafos que solían tener los eruditos musulmanes). La obra en cuestión, titulada Compendio de Medicina, reviste gran interés porque ofrece perfectamente diferenciados tres tipos de medicina: una primera faceta que corresponde a lo que antes aludíamos como Medicina del Profeta, en la que se recogen una serie de casos concretos de enfermos (con nombres citados) que acuden a médicos contemporáneos de Mahoma o a él personalmente para que les cure sus dolencias. El elemento religioso está siempre presente en sus prescripciones, acompañando al medicamento aconsejado. La segunda corresponde a una medicina más racional en la que aparecen elementos de medicina griega, como la teoría humoral y se habla del valor farmacológico y dietético de distintas plantas. La tercera y última, mezcla lo religioso y creencial con algún elemento mágico, desapareciendo casi por completo lo racional o teórico. Sirve de muestra este tratado para poder adivinar lo que fue la medicina árabe en al-Andalus en sus comienzos: una mezcla de elementos tradicionales., traídos de Oriente por los nuevos dominadores, junto a las noticias extraídas de los escritos griegos y difundidas en los centros culturales orientales. Cabe concluir a este respecto que, aunque escrita por un andalusí, la obra responde más a un patrón oriental. Se hace alguna alusión a al-Andalus centrada en todos los casos a identificar nombres de plantas, lo que nos lleva a recordar lo dicho sobre la medicina mozárabe. A partir del siglo IX, reinando en Córdoba Abderramán II, comienza ya de modo regular la infiltración de conocimientos médicos en al-Andalus. Esta infiltración se debería por una parte a la llegada a la corte del emir cordobés de una serie de eruditos de diversas tendencias, llamados por el soberano en unos casos o atraídos por el nombre que Córdoba iba adquiriendo en Oriente. Por otra parte los peregrinos que acudían a Oriente, a los lugares santos del Islam, a veces permanecían allí varios años y, a su vuelta, traían noticias y obras de los más reputados científicos. De este modo se va a establecer una corriente de intercambios culturales que no cesaría ya. Así queda configurada la base de lo que va a ser la medicina andalusí: conocimientos griegos en su origen, aportaciones de los médicos orientales que ya desarrollan su propia ciencia y elementos mozárabes indígenas, también con un origen griego. Las prácticas populares y la Medicina del Profeta que recoge Ibn Habib va a quedar momentáneamente de lado para reaparecer siglos más tarde cuando se inicia la decadencia. C) EL CALIFATO DIOSCORIDES. Sin duda será la época califal la que marque el principio de tres siglos de esplendor de la medicina andalusí. El revulsivo, por así llamarlo, va a ser la llegada a la corte de Abderramán III de la Materia Médica de Dioscórides, en versión griega, que regaló al califa el emperador bizantino Constantino Porfirogeneta. Junto al ejemplar de la obra, se envió a Córdoba un monje que colaborara para traducirla al árabe, labor en la cual fue ayudado por un grupo de andalusíes. La versión cordobesa superó con mucho a otra que ya se había hecho en Oriente, debido, como antes señalamos, a la aportación cristiana y a su gran conocimiento de botánica. Aquel grupo de trabajo, verdadera escuela de traductores, pone de relieve, por otra parte, la tolerancia musulmana, ya que musulmanes, judíos y cristianos trabajan hermanados sin limitación de ningún tipo, tolerancia que tampoco era nueva ni privativa de al-Andalus ya que en Bagdad se había hecho algo similar con anterioridad. El sucesor e hijo de Abderramán III, Alhakam II, continuó la labor cultural que ya iniciara su padre y aún la superó Apasionado bibliófilo, es conocido el dato de que su biblioteca particular contenía alrededor de los 400.000 volúmenes y que, a imitación suya, los nobles y los ricos cordobeses propiciaron la creación de bibliotecas particulares. Al parecer, el califa tenía agentes en Oriente que le proporcionaban ejemplares de obras de todo tipo apenas eran conocidas públicamente. En el aspecto médico, el siglo X verá surgir varias figuras, con sus obras correspondientes, de las que nos vamos a limitar a citar una, sin duda la más representativa del período califal y una de las que más influyeron en la Europa de siglos posteriores. Nos referimos a Abu l-Qasim al-Zaharawi, muy conocido entre los autores del medioevo como Abulcasis. De su obra médica sólo queda plena constancia de un libro monumental, dividido en treinta partes, la última de ellas de gran divulgación e influencia en Europa, dedicada a la cirugía: el Tasrif. El Tasrif contenía, por un lado, conocimientos de la antigüedad, inspirados en Paulo de Egina y por otro innovaciones del propio Abulcasis o importadas del mundo islámico. Entre las noticias más dignas de destacar figuran la de ser el primero que dio una buena descripción clínica de la lepra, explicar distintos tipos de amputaciones, operaciones de fístula, hernias, trepanaciones, uso del catéter y empleo de distintos tipos de sutura, entre ellos el uso de las hormigas negras en caso de intervenciones abdominales. Esta operación consistía en colocar las hormigas sobre el borde de la herida y, cuando habían cerrado las mandíbulas, se les cortaba la cabeza que quedaba así fija sobre la incisión. Su introducción en la Cristiandad significó un avance profundo en el campo de la cirugía y sus enseñanzas se siguieron hasta entrado el siglo XVI. Por último, sólo indicar que en su obra se encuentra una de las primeras descripciones conocidas de la hemofilia.
  4. D) LOS TAIFAS La fitna, o revolución que asoló Córdoba en los primeros años del siglo XI pondría fin a la etapa del califato. Desaparecía el poder central y las principales ciudades de al-Andalus iban a erigirse en reinos independientes: los reinos de taifas. Aquella dispersión política iba también a repercutir en lo cultural. Los eruditos buscaron refugio en su gran mayoría en zonas más tranquilas que la entonces turbulenta Córdoba. Las cortes de Sevilla, Zaragoza, Toledo y otras acogieron a aquellos hombres cultos que vivieron bajo el mecenazgo de los soberanos. La preparación adquirida durante el califato y el apoyo oficial iban a motivar que la época de los taifas fuera la de mayor esplendor de la ciencia hispanomusulmana. A este respecto, Mieli, historiador de la ciencia árabe, llega a comparar las cortes andalusíes con las ciudades griegas anteriores al período helenístico o a los pequeños estados italianos del medioevo. En medicina, sin embargo, no será una etapa particularmente brillante, sino más bien de consolidación de lo hecho en el califato y preparación para el siglo siguiente. Hay algunos nombres, sin duda, pero habremos de esperar a siglos posteriores para encontrar las más señeras figuras de la medicina hispanomusulmana. El autor más significativo de este siglo es el toledano Ibn Wafid, cortesano del rey Almamún, que, por orden del soberano plantó un jardín botánico en Toledo. Reunió conocimientos de agricultura (su obra influyó en la Agricultura General de Gabriel Alonso de Herrera) y medicina, rama esta del saber a la que dedicó varios tratados. La obra médica de Ibn Wafid se centra fundamentalmente en la farmacología. Únicamente conocemos el original árabe de una de sus obras, que tituló El Libro de la Almohada, en el sentido de que se trata de un libro “de cabecera”. El tratado en cuestión es una farmacopea, de tipo práctico, destinada no al erudito sino al médico común que cada día ha de tratar a numerosos enfermos. Por eso las recetas son muy detalladas en la descripción del proceso de preparación de los medicamentos. La obra sigue en su composición un modelo clásico entre los libros de este género, que es describir recetas para enfermedades que afectan al organismo según un orden que va de la cabeza a los pies. Aparte de otros valores que pueda tener la obra, en ella se encuentra la primera referencia de utilización en al-Andalus del célebre Canon de Avicena. E) EL SIGLO XII El siglo XII fue, sin duda, el que marcó el punto más alto de la medicina hispanomusulmana. En él florecieron los tres más grandes médicos de la historia de al-Andalus. El primero de ellos, el sevillano Avenzoar, miembro de una conocida familia de médicos andaluces, fue tal vez el primero que sólo escribió de medicina. Su más célebre obra, el Taysir, describe por vez primera el absceso de pericardio, recomienda la traqueotomía, la alimentación artificial a través del esófago o del recto, además de ser uno de los primeros en describir la enfermedad de la sarna. Maimónides, judío cordobés, alcanzó gran renombre no sólo como médico sino como filosofo. Formado científicamente en al-Andalus, hubo de emigrar a Oriente a causa de la intransigencia religiosa de almorávides y almohades. Sus obras, escritas la mayoría en árabe, fueron pronto traducidas al hebreo y al latín y se divulgaron por al-Andalus y el resto de Europa. Pero el más grande de todos fue sin duda Averroes, “posiblemente el español que mayor influjo ha ejercido en todo lo largo de la historia sobre el pensamiento humano”, según palabras del profesor Vernet. Cordobés de nacimiento, tuvo una sólida formación religiosa, jurídica, médica y filosófica. Ejerció como médico de la corte almohade pero, más tarde, por motivos políticos, su obra filosófica fue prohibida y sus libros quemados públicamente. Su fama fue enorme tanto en el mundo musulmán como en el cristiano y es citada por el propio Dante en su Divina Comedia. Desde el punto de vista médico su obra más divulgada fue el Kulliyyat, muy traducida al latín como Colliget. Consta de siete libros consagrados a Anatomía, Fisiología, Patología, Semiótica (diagnóstico y pronóstico), Terapéutica, Higiene y Medicación. La parte menos original es la dedicada a Anatomía, pero ni Averroes ni ningún otro podían ser originales en este aspecto, privados como estaban, por motivos religiosos de practicar la disección en cadáveres humanos, teniendo que recurrir a los de animales afines al hombre, como los monos y los cerdos. F) LOS SIGLOS XIII Y XIV Indudablemente a partir del siglo XIII se inicia la decadencia en la medicina arábigo española. Sin embargo aún habrían de surgir figuras de primera fila, entre ellas la del malagueño Ibn al-Baytar, a quien Menéndez Pelayo llamó “el Dioscórides español del siglo XIII”. Destacó de modo extraordinario como botánico, siendo autor, entre otras, de una obra en la que recopiló 1.400 nombres de drogas simples tomadas de los tres reinos, animal, vegetal y mineral, y utilizando en sus comentarios 150 autores de las más distintas procedencias. Aunque nacido en Málaga y formado en Sevilla, su labor se desarrolló por el norte de África y Oriente, cuyos territorios fue herborizando a medida que los recorría. Y cerramos este ciclo histórico con la mención de la medicina en el reino nazarí granadino. Para no agobiar con nombres, nos limitaremos, como en caos precedentes a destacar lo más significativo de ellos y a este respecto bueno será recordar las figuras de Ibn Játima de Almería y, sobre todo, el célebre visir, historiador y poeta Ibn al-Jatib, centrándonos en ambos casos a su actuación médica durante la famosa epidemia de peste que asoló la Península. Esta epidemia había surgido en Asia central en 1334 y, a través de Crimea se había propagado por los puertos mediterráneos en años sucesivos, llegando casi simultáneamente a Barcelona y Almería en 1348. Los autores cristianos atribuían esta enfermedad a la conjunción de tres planetas que causaba una corrupción en la atmósfera. Ibn al-Jatib hizo caso omiso a este carácter de especie de castigo divino y se preocupó de atajarlo con medios puramente médicos y razonables. Adelantándose a los métodos de su tiempo, tanto él como Ibn Játima tuvieron en cuenta una serie de medidas profilácticas tales como emplear fumigaciones en las casas de los afectados y otras conducentes a evitar el contagio como aislamiento de enfermos, purificación de sus ropas y utensilios, prohibiciones de frecuentar baños públicos, etc. También prescribieron medidas dietéticas a los enfermos, entre ellas prohibición de comer carnes, salazones y pasteles, recomendar la comida de pan hecho con harina pura, beber agua con un poco de vinagre y tomar mucho zumo de limón o de agraz, así como la ingestión de frutas frescas y en perfecto estado. COMO ERA LA MEDICINA ARABE Hasta aquí la exposición histórica. Pasemos ahora a ver otros aspectos, en los que lo geográfico hemos de olvidarlo en muchos casos. Es decir, mientras hablemos de autores concretos y de sus obras, podemos situarlos en un país determinado, pero cuando lo hagamos de las características de la medicina que conocían y practicaban, ya no podemos desligarlos tan tajantemente de Oriente, puesto que la española procede de allí e, incluso, una vez formada y desarrollada, su contacto con Oriente será continuo. En resumen, salvo algunas innovaciones concretas en determinados puntos, medicina hispanomusulmana y medicina oriental serán básicamente lo mismo y más tratándose de aspectos tan generales como los que vamos a estudiar. A) LA ENSEÑANZA A través de las obras de determinados autores de la época del califato de Córdoba, podemos saber qué leían los eruditos andalusíes, qué corrientes de pensamiento circulaban por la España musulmana y cuál era la enseñanza que se impartía. Una primera y simplista clasificación de las disciplinas consistía en agruparlas, según su origen, en autóctonas o musulmanas (teología, gramática, administración del estado poesía, etc.) e importadas, esto es, introducidas en el Islam como resultado de las traducciones realizadas en los siglos VIII y IX. Estas últimas eran: filosofía, lógica, medicina, aritmética, geometría, astronomía, música, mecánica y alquimia. Esta multiplicidad de disciplinas puede acaso explicar el carácter de polígrafos que solían tener los médicos árabes y, de modo más concreto, la duplicidad que se encuentra entre medicina y filosofía. En al-Andalus los más claros ejemplos son Maimónides y Averroes, tan grandes como médicos como lo fueron como filósofos. Esta idea no es tampoco original árabe. Ellos, que tanto deben a los griegos, debían conocer el aforismo de Hipócrates que dice: “el médico que sólo sabe medicina, ni eso sabe”, completado con otro aforismo de Galeno: “el buen médico debe ser también buen filósofo”. Volvamos a la enseñanza. En el caso del estudiante de medicina, una vez superados los estudios generales, para profundizar en su ciencia se recomendaba que estuviera siempre en el hospital o en las casa de salud, preguntando y observando la evolución de los enfermos y acompañando en sus visitas a éstos a los mejores profesores que hubiera en el establecimiento. Al final de sus estudios se hacían exámenes, ya al que los superaba se le concedía la “iÿaza” o certificado que cada uno de los profesores otorgaba y que autorizaba a enseñar los libros que habían aprendido. No existía un título genérico sino que la profesión se ejercía como resultado de una serie de permisos independientes. De un caso de permiso concedido en la Granada nazarí se ha conservado testimonio y por él vemos como una serie de enfermos de diversas dolencias acreditan por escrito haber sido satisfactoriamente curados por un personaje concreto, lo que le avala para ejercer libremente la profesión. Al final de la dominación árabe en España el valor de la “iÿaza” se perdió casi totalmente y guardamos noticia de haber sido solicitada para un niño de tres años. En al-Andalus, como no había hospitales, el estudiante acudía a la consulta de algún médico, observaba cómo éste pasaba consulta y, al finalizar, el maestro le hacía una serie de observaciones sobre los enfermos que había examinado. En general existían tres clases de médicos: el sabio reconocido, caso de Averroes, por ejemplo, que no necesitaba ninguna prueba para ejercer; el médico común, que para desempeñar su cargo debía sufrir un examen, y el curandero, que ejercía su tarea bajo el control del almotacén. B) LA FARMACIA Estrechamente vinculada a la medicina, tan estrechamente que muchas veces es imposible delimitar ambas, aparece la farmacia. Es difícil precisar con exactitud el momento en que la farmacia adquiere personalidad propia. Algún historiador ha afirmado que comenzó su vida científica en Arabia; otros señalan que fue el Iraq la cuna, indicando que ya en el siglo VIII existía el negocio farmacéutico. Este negocio debía ser en la mayoría de los caos privado pues durante mucho tiempo no fue oficialmente reconocido más que en los establecimientos hospitalarios. Tal vez la causa que determine el retraso de la aparición de una profesión farmacéutica, oficialmente reconocida, se halle en la abundancia de charlatanes, perfumistas y drogueros que expedían medicamentos y practicaban su arte en mezcolanza con los verdaderos profesionales, circunscritos, repetimos, a los hospitales en los que sufrían exámenes y eran controlados por los médicos del establecimiento. Ante la imposibilidad de impedir el trabajo de los no profesionales, los médicos solían preparar sus propias recetas o bien se servían de la colaboración de algunos ayudantes controlados por ellos. A partir del siglo IX surge ya una nueva generación profesionalmente mejor formada, muchos de sus miembros habían sido antiguos ayudantes de los médicos, a los que se autorizaba a ejercer su profesión cerca de los acuartelamientos. Aquello significa el reconocimiento oficial de la clase farmacéutica, si bien la falta de prohibición legal de ejercer a los charlatanes y perfumistas, que seguían siendo mayoría, hacía difícil la diferenciación entre unos y otros. En el caso concreto de al-Andalus, la farmacia más famosa fue la que mandó crear Alhakam II en Medina Azahara. Sobre la importancia que los farmacéuticos tuvieron en España no hay noticias. Sin embargo encontramos un dato muy significativo en el texto de unas ordenzazas dadas en Sevilla a comienzos del siglo XII. “Nadie venderá jarabes ni electuarios, ni preparará medicamentos si no es un médico experto, ni tales remedios se comprarán a drogueros o boticarios, que lo que quieren es coger dinero sin saber nada y así echan a perder las recetas y matan a los enfermos, preparando medicamentos desconocidos y contrarios al fin que se persigue”. (Ibn Abdón. Nº 140) C) LOS HOSPITALES Repetidamente hemos aludido a los hospitales como centros en los que se preparaban los futuros médicos y se practicaba controladamente el negocio farmacéutico. En definitiva, como los centros más serios y solventes. Parece lógico ocuparnos de ellos, haciendo la salvedad de que en España sólo se tiene noticia de la existencia de un hospital en Granada, aunque quede constancia que los médicos andalusíes conocían el funcionamiento de tales centros e incluso algún médico español fue director de un establecimiento de este tipo. La voz para designar el hospital es “Maristán o Bimaristán”, palabra de origen persa que significa “casa de enfermos”. Solían ser de dos tipos: ambulantes, empleados en el ejército o en tiempo de epidemias y fijos. En estos últimos nos centraremos. Al frente de cada uno existía un director, médico, a cuyo cargo tenía una serie de médicos de distintas especialidades que, además de ocuparse de los enfermos, enseñaban a los estudiantes y los examinaban. Los enfermos estaban divididos en dos grandes secciones: una de hombres y otra de mujeres. A su vez, cada sección se dividía en salas según el tipo de enfermedades: fiebres, traumatología, oftalmología, etc., cada una de ellas atendida por un médico especialista. En algunos hospitales existían salas especiales de recreo para enfermos convalecientes. Dentro del hospital existía una sala especialmente dedicada a almacén de medicinas, es decir una botica. En ella se preparaban las recetas por medio de los farmacéuticos, tal como antes indicábamos, todo ello controlado personalmente por el director de hospital. En al-Andalus, la más conocida fue la de Medina Azahara, aunque no perteneciera a ningún hospital, sino que funcionaba en las dependencias del recinto real. Estos centros contaban, en la mayoría de los casos, con un jardín botánico anejo, en el que se cultivaban la mayor parte de las drogas que luego se empleaban allí. En España sabemos con certeza de la existencia de jardines botánicos en Córdoba, Guadix y Toledo.    Camilo Álvarez de Morales Director de la Escuela de Estudios Árabes de Granada Marzo. 1983