En el rincón Sureste de la Península Ibérica, a caballo entre las provincias de Granada y Almería y enclavada en plena cordillera Penibética, se encuentra la comarca de la Alpujarra, o como a otros gusta llamar, “La granadina y la almeriense". 

Con una extensión de más de 1.300 kilómetros cuadrados, la Alpujarra granadina ocupa de Norte a Sur, desde las más altas cumbres de Sierra Nevada hasta las orillas el Mediterráneo en plena Costa Tropical, allende las Sierras de la Contraviesa y de Lújar. Por el levante son sus confines la Sierra de Gádor y el Valle del Andarax y por el poniente la Sierra de Lújar y el Valle de Lecrín. Una pléyade de pueblos y aldeas de una riqueza etnológica deslumbrante se difuminan por las laderas nevadenses en medio de parajes donde la naturaleza, casi indómita, ha condicionado la historia y la cultura de estos lugares.

No está muy claro el origen etimológico de la denominación Alpujarra. Así, para unos investigadores como Romey deriva de los términos al-bardhela , que fue el nombre que recibieron las contrucciones realizadas por Suhair al-Karsi durante la invasión Almorávide. Para Mármol, en cambio, la comarca toma el nombre del caudillo de origen beréber al-Buxarra, que conquistara las tierras existentes entre el monte Solair y el mar Mediterráneo en siglo VIII. Sin embargo, la teoría más aceptada es aquella que considera que el nombre de Alpujarra significa la indómita, apelativo que a juzgar por su incomunicación ancestral, sus gestas numantinas y sublevaciones revolucionarias, dirigidas por personajes de la talla de Aben Humeya o su lugarteniente Aben Aboo, lo describe perfectamente. Aún su carácter indómito y su aislamiento siguen siendo rasgos singulares de este pequeño reino enmudecido casi definitivamente en el año 1571 tras la lamentable e incomprensible expulsión de los moriscos granadinos que lo habitaban y que con paciencia de siglos hacían manar de sus agrestes campo, riquezas de miel y seda.

Atravesada longitudinalmente por el río Guadalfeo que divide a toda la comarca en dos, distínguense la Alpujarra Alta y Baja, la una serrana la otra marinera, pero las dos suspiran por el río. Por las vertientes de la Alta, sus sierras se precipitan a través de bellísimos barrancos como los de Poqueira, Trevélez y Mecina, que dejan pasar las aguas níveas agrupadas en caudalosos torrentes. En cambio, de las barranqueras y ramblas de la Baja, como las del río Torvizcón, sólo recibe el Guadalfeo los sórdidos arrastres de esporádicas tormentas, que poco a poco desgarran el corazón de fluorina de las montañas.

Pueblos encalados trepan monte arriba de modo que parecen estar colgados en páramos multicolores a los que sólo podrían acceder las águilas que sobrevuelan paisajes de castaños y hayas que han merecido para algunos apelativos tan descriptivos como los de “Pequeña Suiza” o “Pequeño Tíbet”, este último por haber sido elegidas estas indomables alturas como lugar de reencarnación del Lama Yese en el templo budista del Padre Eterno donde escogió a un chiquillo juguetón y travieso llamado Osel. Conquistan la Alpujarra Alta pueblos como Bayacas, Carataunas, Cáñar, Soportújar, Pampaneira, Bubión, Capileira, Pitres, Pórtugos, Busquístar, Trevélez, Jubiles, Narila, Los Bérchules, Mecina Bombarón, Válor, Yegen, Mairena, Ugíjar, Cherín, Picena o Laroles, que destacan por su sonoro nombre y su belleza enfriada en los hielos permanentes de Sierra Nevada. Tampoco desmerecen los de la Baja Alpujarra, ni en primor ni en musicalidad, siendo sus rincones auténtico paraíso de sosiego y luz, de vino de costa y cultivos tempranos. Órgiva, Almegíjar, Torvizcón, Murtas, El Haza del Lino, Cadiar, Jorairatar, Sorvilán, Albondón, Albuñol, Polopos o Gualchos, son buenos ejemplos de este remanso, mitad montaña, mitad orillas del mar. Sirva este corto pasaje, de modesta descripción de uno de los lugares más sublimes que existen en nuestra tierra, lugar obligado de visita de los granadinos y de las gentes que a Granada se acerquen. En él encontrarán paisajes sin igual, cambios de luces irrepetibles, escenas cotidianas desaparecidas ya en todas partes menos en estas tierras y magníficos lugares donde comer y beber al amparo del hogar de una chimenea y de retahílas de trovos.

Del libro “Miscelánea de Granada”

César Girón

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