almuñecar

La consulta de escritos anteriores, para ajustar o verificar datos, tarea fatigosa por furtiva, depara, a veces, divertidas sorpresas. Ejemplo al canto...

... Hemos querido averiguar la distancia justa entre La Herradura y El Pozuelo, es decir, la longitud sinuosa del litoral granadino. Sabemos que el mejor sistema es vigilar el cuentakilómetros del automóvil, pero casi siempre nos engaña, o por descuido del conductor, o por divagación en el trayecto. También puede servir el mapa de carreteras, pero los alfilerillos que parcializan la ruta son, de hecho, bastante informales y con frecuencia dudosos. Así que hemos echado mano del ojo de buen cubero, que utilizaron geógrafos de a pie y turistas cartográficos. Un texto del XIX, publicado a raíz de la tripartición en provincias del Reino de Granada, afirma que “la costa, de cabo a rabo, alcanza unas 10 leguas”, aproximadamente 56 kilómetros. En 1962, un exegeta de los caminos establece que “la granja mediterránea granadina suma poco más de 60 km.”. Diez años más tarde, un nuevo perito de riberas la amplía a 90 km., y en folleto reciente de la Dirección General de Turismo (Junta de Andalucía) se declara la distancia oficial en 100 km. Ni uno más, ni uno menos. Todo sube con el tiempo, eso es claro y, tratándose de carreteras, no debe extrañar la subida, prueba de ello es el encarecimiento de la gasolina.

De toponimia

Por otro lado, es interesante el lustre y la especialización que, con el tiempo, adquirió el nombre solariego del litoral. Los árabes lo llamaron Seheles, el más extenso conocido propiamente por Cehel. (Sehel, ribera marítima) y el menor denominado Zuaghel, (costa pequeña). Con los cristianos, de entrada, toma un apodo administrativo, recaudador
sería más exacto, el de Farda de mar (alfarda o impuesto que pagaban los moriscos) y, seguidamente, le rebautizan como Lugares de la Marina. Más tarde y por mucho tiempo es la Costa, nombre genérico promocionado por las compañías de diligencias, mantenido especialmente hasta comienzos de este siglo por “La Motrileña”. Luego ha sido Costa del Sol granadina y, ahora, Costa Tropical, después de una etapa de aprendizaje como Subtropical y de algún otro título que no llegó a cuajar, como Costa Dulce.

De condición

En cuanto a condición y aseo, su prosperidad es asombrosa. Desde aquellos roquizos y arenales indómitos de antaño a las magníficas playas e instalaciones actuales, existe toda una dedicación humana y todo un esfuerzo económico verdaderamente plausibles. Don José Alonso, editor de “El Diablo Cojuelo” (Granada, 1836), que fue a Motril por prescripción facultativa, “a tomar los baños” que decían, escribió a un amigo de Granada (24 de septiembre, 1830) lo siguiente: “Hasta ahora, dicen, ha sido entre los teólogos materia de controversia el lugar que ocupa el Infierno; yo, querido amigo, puedo dar solución al problema. El sol abrasador durante el día, el viento que hiela y espanta en la noche, la privación de todo, el temperamento malsano, todo, todo conspira para hacer de este lugar el castigo espantoso de los réprobos”. Años después, la Fonda del Mar, en Calahonda, se anuncia: Establecimiento “cómodo, espacioso, reúne condiciones ventajosísimas, esmeradísimo aseo y puntual servicio”, y, entre varias noticias y ofertas interesantes (“a pesar de la subida de precios e impuestos que pesan sobre los artículos”), explica “La cocina está siempre representada por un reputado maestro que trabaja bajo la inspección de la dueña, tan conocida y considerada por todos los señores bañistas, por su educación, pericia y aseo”. De entonces a hogaño existe el gran trecho de la puesta al día, formidable transformación que enorgullece a Granada, aunque el escenario y sus maravillas esperaron largo tiempo la mano de obra de la consideración granadina.

El mejor país

Decía Henríquez de Jonquera (s. XVII): “La Costa es uno de los mejores países deste reino de Granada: abastecido de todos mantenimientos, regalado de mucha caza y tempranas frutas, buenos ayres, hermoso y apacible cielo y terreno de cristalinas aguas… y en los lugares marítimos extremada azúcar de la más fina”. José González y Montoya (“Paseo estadístico por las Costas de Andalucía” 1821), después de un apologético discurso sobre el lugar, plantea el siguiente dilema: “todavía se cultivan, se fabrican, se comercian, con más o menos tesón, sus vinos, sus azúcares y mieles, sus dátiles y plátanos, sus pasas, higos y tunares sobre todo”, entonces “por qué no se aclimatan la quina, los cafetos, los cacaos, las guayabas o los arces azucareros, más útiles y más ricos que las cañas de azúcar?” ¿Para qué?, se preguntaba Lafuente Alcántara (1843), si la falta de caminos, puentes y puertos y la imperfección de medios de transporte estancan los frutos, los abaratan y deterioran y abruman a los cosecheros con la abundancia de la misma.

Si hoy levantaran cabeza esos autores, u otros apasionados de “el mejor país”, se llevarían la sorpresa de que las cristalinas aguas se están convirtiendo, además, en salerosas. Y la extremada azúcar más fina está en sus últimas zafras; que si no se aclimataron los cafetos y los cacaos sí se avecinaron los chirimoyos, los aguacates, las guayabas (intuición del señor González y Montoya), y otros subtropicales, y que las peligrosas comunicaciones de la Costa, por la serie de precipicios y derrumbaderos, se han convertido en caminos sólidos (pedía Lafuente Alcántara), rápidos y comercialmente activos, al menos para la industria turística.

Zaguán de la costa

Bajamos por el camino sólido llamado N-323, aunque no tan sólido en algunos tramos por más esfuerzos que hagan las obras públicas, y antes de Vélez de Benaudalla nos emparejamos al río Guadalfeo para encontrar la N-340. Al pie de Sierra Lújar y frente al paredón de Las Guájaras (Los Guájares, en masculino indígena), Vélez de Benaudalla es el zaguán de la Costa Tropical con arbitrio de oreo marino, aduana agarena y escaparate blanquiverde, posee ruinas de castillo árabe (torreón), iglesia del XVI con campanario exagonal, fiesta de moros y cristianos por San Antonio, receta morisca de pestiños y castellana de migas de pan, y una cohorte de aguas bravas con sangre ferruginosa que rejuvenecen tres veces al año la tierra de los huertos. Antes era paso obligado para ganar los caracolillos y el túnel de la Gorgoracha, decimonónico atajo para Motril; ahora Vélez de Benaudalla se queda a mano izquierda del raudal automovilístico. A 14 Km., por donde corre a sus anchas el Guadalfeo (ni toma correndilla ni fluye a demasiadas anchas) abocamos a la N-340, es decir, a Salobreña.

Un poco de currículo

Del litoral mediterráneo andaluz, la Costa Tropical es el tramo más escarpado, bello y sensacional y, posiblemente, el más moderado en sus hábitos climatológicos. Prueba de ello son las tres mil horas de sol al año y una temperatura media de 18 grados, o séase, dos meses de jersey, una semana de gabardina y tres días de ventolera a cambio de la mejor intemperie subtropical del mundo. Tanto, que la llegada del invierno se percibe por el aumento de nieve en la Penibética, la imponente y decorativa sierra que le sirve de fondo, como la presencia del verano se advierte por el descenso de espacio libre en sus playas. Si a ello sumamos una mar brava muy plácida, unas riberas nítidas, un sol juicioso y un paisaje atípico sembrado de caña de azúcar, plátanos, aguacates, chirimoyas y unos individuos subtropicales cargados de sorna, los más cachondos, los más acogedores, mejor que mejor. Y a mano, para mayor atractivo, la montaña, los paisajes únicos de la montaña, los pueblos singulares de la montaña y los juegos invernales y la caza y la pesca otoñales. Luego, como valor añadido, está su ascendiente prehistórico que, por el comercio, se convierte en testimonio colonial y la abundancia de sus riquezas que, por el comercio, se torna inflación arqueológica. Y así como antes acudían a estas playas los fenicios, los griegos, los cartagineses, los romanos, incluso los egipcios, ahora arriban los mismos con distintos gentilicios, más los vikingos, que han tomado casa y malas costumbres, es decir, los buenos ritos andaluces, como el de no hacer nada con viático de taberna y siesta de tercia a nona.

Costa Oeste

Nos quedamos frente a Salobreña, en la misma linde del Mediterráneo que costea, por un lado, hacia a Almería, y por el otro, hacia Málaga, la ruta del Oeste. En otro escrito decía yo: “Salobreña es la sorpresa encalada de un risco urbano a flor de agua, algo así como el nacimiento de Venus pintado por Mondrian”. Pocos pueblos gozan de sillar tan brioso para presidir el Mar del Donaire, pocos lugares tienen un patio tan abrumadoramente vegetal. Domina con soberanía el verde meridional de las plantas exóticas, el tornasol ultramarino y los contrafuertes hidrófilos de la serranía, porque, situado a pie raso del nivel marino se eleva hasta los ochenta metros del aire, transformado en alcazaba. La arcaica Salambina, con los árabes Hizn Xalubinia, llamada por el historiador Aljathib “hermana menor de Almuñecar, solaz y entretenimiento del viajero”, tuvo un gran castillo donde los sultanes de Granada “edificaron un alcázar de buena fábrica y hermosos jardines”. El historiador nasarita añade la riqueza de las aguas, sus campos amenos y fértiles sobremanera, “sus pescados más numerosos que las arenas” y la visitas constantes de gente rica y principal, pero “tenía el inconveniente de que su tierra era propiedad particular de los sultanes” y “aunque era celebrada por la excelencia de sus edificios, era más bien una selva impenetrable, poco segura contra las violencias”.

De su época permanece el castillo, prisión durante el Reino de Granada, constituido por dos bloques arquitectónicos: el defensivo, con recios cubos y murallas, y el alcázar interior dotado de hermoso palacio, torre de homenaje y patio de armas, aljibes y silos. El abandonado castro fenicio, de diseño ibérico, fue rehecho por los romanos y nuevamente perdido por los visigodos; lo recuperan los reyes granadinos para erigir la fortaleza que ha llegado casi en su totalidad hasta nosotros. Eso sí, después de una restauración a fondo. En ella estuvo preso diez años Abul Hageg, luego rey de Granada como Yusuf III. Y en ella nació Mohamed Abul Alí el Xaluniní, al que Abulfeda llama “príncipe de los gramáticos occidentales”.

Sobre los cimientos de la mezquita se construyó, en el siglo XVI, la iglesia mudéjar que corona el múltiple azucarillo salambinense. Pero la ascensión laberíntica de callejuelas, con escondrijos moriscos, se detiene asombrada y vertical en la roca desnuda de poniente, a la vista de calas genesíacas y huertos elíseos, por donde andan las barriadas marineras de La Caleta y La Guardia. Aparte su estimable red hotelera, incluidos apartamentos y casas veraniegas, la afluencia de bañistas es pingüe, y la feracidad de su vega, Salobreña cuenta con fábrica de azúcar, de miel de caldera y de alcoholes y licores.

Blanco sobre blanco

Uno de los grandes retos de la pintura de vanguardia consistió en trabajar el blanco sobre el blanco. En el afán se rindieron artistas de la categoría de Mondrian, Klee y Asse, quizá por no conocer un pueblo costero al que llaman Molvízar. No hace mucho, estando de palique con los viejos de la plaza, apareció una turista anglosajona provista de arreos para pintar. Instaló el caballete de campo ante el deslumbrador blanqueo del pueblo, sacó un pincelito y un tubo de óleo así de grande del estuche, afianzó el lienzo, untó la paleta con un churrete de blanco de zinc, adoptó la postura de quien emprende una obra maestra y tomó un pegote de pintura. Ruanillo Prados me da un codazo y anuncia: “Vamos a presenciar de nuevo el milagro del pan y los peces”. Molvízar, a 9 Km., de la orilla mediterránea, pero a 250 m de alto, bígamo agrícola, pues lo mismo hace al almendro que al chirimoyo, como hace al moro y al cristiano por Santa Ana, a pesar del optimismo de la anglosajona, es lugar pintoresco y pictórico, digno y adecuado para ser pintado, goza de certificado provincial de embellecimiento urbano y del aplauso del vino, hijo de la uva moscatel. Más allá, en la altura de los 400 m., se halla Itrabo, también ambidextro a la hora de criar frutos exóticos e indígenas. En cuanto al viñedo, se ha dicho que “es de muy buena calidad, entre los mejores de la Península”. Más cerca, a sólo 5 Km., de Salobreña, en plena vega subtropical se agazapa Lobres, modesto y anticuario.

Litoral bizarro

De Salobreña a Almuñécar, la Sierra de la Almijara se torna trampolín de sí misma y se lanza a las aguas. Son 18 Km., de cantiles vigilados por infinidad de cortijos y caseríos, transformados en numerosos arcángeles. San Gabriel de la buena nueva, y 18 Km., de barranqueras con escolta permanente de ventas, merenderos y restaurantes de una, dos, tres y cuatro pitas. Como festón de esa ondulada ropa de camilla, el recamado níveo de las olas sobre el raso esmeralda de las calas. Ya sé que es literatura y literatura cursi, pero es así, leñe. Que se lo pregunten Taramay, pórtico del asombroso campamento veraniego distribuido a saltomata tropical y rampante en la montonera, como una acrópolis insaciable. La culpa la tienen tres playas: la del Tesorillo, honda, límpida y sorprendente, bajo la custodia del torreón con empleo gastronómico, y la de Velilla, la más dilatada de la zona y la más cercada por los setos de ladrillo hueco.

Fortaleza de Las Lomas

De pronto, los pinos y la bajada urgente a la arboladura de una bahía insólita. Es Almuñécar. Es el arco magnífico atirantado por el Peñón de San Cristóbal y la Punta de la Mona, con índice espolón bajo el castillo de San Miguel. Es la sede antiquísima de Sexi, aquellos exitanos que tuvieron despacho de ultramarinos en Orgiva; para que nos legaran la urbanización de Laurita y parte del ajuar, en el que figuran vasijas de alabastro, con denominación de origen jeroglífica, recipientes de toda índole, terracotas, sarcófagos, lápidas, etc. Parece, sin embargo, que los auténticos fundadores de la colonia mercantil que le dio fama fueron los fenicios y que aquellos artículos de procedencia egipcia eran materia de cambalache. Aunque los phoenikes dejaran recuerdos de su presencia, como joyas de oro, plata y bronce, colgantes de hueso, amuletos, urnas funerarias y tantas maravillas arqueológicas. Pero los fenicios cedieron la tienda a los griegos en el siglo VII antes de Cristo, y éstos, a su vez, la traspasaron a los cartagineses, los cuales fueron expropiados por los romanos. Todos administraron y explotaron el buen lugar comercial de Almuñécar. Tan excelente local en el paso obligado de representantes de las grandes empresas mediterráneas, hizo que el mismísimo San Pedro, acompañado por San Epeneto, se acercara a predicar en sus playas. Lo cierto es que en ellas desembarcó Abderramán, sometió a los rebeles Yusuf y Samail y se marchó a Córdoba para fundar el Califato de Al-Andalus. Para entonces, Almuñécar dejó de llamarse Manoba Sexi Firmun y atendía por Sexi Hizn Almunecab (La Fortaleza de las Lomas).

Más tarde, durante las luchas entre almohades y almorávides, la ocupó el rey de la taifa granadina Ben Hud, al que derrotara Alhamar. A partir de ahora se conoce por Almunakad y con tal nombre la conquistan los Reyes Católicos en 1489. Carlos I advierte la importancia del lugar y lo dota de poderosos torreones y murallas para salvaguarda de la ciudad y sus contornos, pero los ingleses, en 1812, vuelan la fortaleza para desalojar a los franceses de José Bonaparte, sistema expeditivo para el desahucio. Según se aprecia, la Fortaleza de las Lomas ha sufrido distantes y distintas manos de obra bélica y, en los últimos decenios, surtidas y polifacéticas manos de especulación urbanizadora.

…Pero hermosa

La plaza fuerte del litoral, según El idrisí, fue de mediana grandeza, pero hermosa. Los exploradores de riquezas, los comerciantes de salazón y metales preciosos y los conquistadores por la fuerza podían derruir y levantar las instalaciones anteriores, pero no asolar la hermosura de la zona, ni siquiera menoscabarla. El citado El Idrisí contaba que, en medio de la población se veía “un edificio cuadrado como pedestal de una estatua, ancho por la base y estrecho en su parte superior, el cual tenía dos hendiduras perpendiculares en sus costados y e el ángulo formado por estas aberturas, sobre la tierra, había un gran recipiente que recogía las aguas traídas desde una milla de distancia por un acueducto formado por muchos puentes construidos de piedras muy duras. La gente entendida de Almuñécar explicaba que el agua subía a lo alto del obelisco por uno de los lado y bajaba por el opuesto, en donde movía un pequeño molino”. Aljathib, que recuerda el ingenio hidráulico, dice que Almuñécar es fundación y morada de los siervos de Jesucristo (la leyenda de la visita de San Pedro), fortalecida por un castillo inexpugnable (lo compara con la torre de Babel) y fondeadero de naves de cualquier nación. Entre sus otras bendiciones divinas, los árabes, señalan la caña de azúcar (la aclimataron ellos) y las uvas pasas (zebib almonaccabí).

Y monumental

El castillo de San Miguel es un resumen de la historia sexitana, compendio falto y enmendado, pero útil por sus testimonios cartagineses y romanos, por sus improntas musulmanas y por su Constanza medieval. Carlos I renovó el edificio (que su abuelo utilizó como arca de caudales), reforzó la mazmorra y le añadió un panteón. Es curioso, el mayor empeño de los viejos colonizadores consistía en dejarnos como herencia sus necrópolis. Carlos I construye otra sin saber de aquéllas, y el municipio, durante más de cien años, adopta el recinto murado como cementerio. Destino inapelable. Monumento importante es el acueducto romano, aquél que surtía de agua a la ciudad y al ingenio hidráulico del que nos habla El Idrisí, construido, dicen, por el emperador Antonino Pío, canal que se halla en el sitio denominado Río Seco Bajo. También la Cueva de Siete Palacios, en los bajos del castillo, bóveda de origen romano que, probablemente, sirvió de establos castrenses. Y la torre del Monje, columbario igualmente romano, es decir, almacén con pequeños vasares para guardar urnas cinerarias. Es notable la iglesia de la Encarnación (s. XVI), elevada sobre el espacio de la antigua mezquita. Y, teóricamente, próximo al desembarcadero que usó el omeya (año de 756 o año de 775), se ha levantado un homenaje broncíneo a Abderramán I, obra del artista Moreno Romera.

El privilegio

Un autor de guías escribe: “Hoy, Almuñécar, en el fabuloso despliegue turístico universal, alcanza plena justificación en el bello litoral granadino de la Costa del Sol, destacando como su más firme, pujante y espléndida realidad. Nuevas zonas residenciales, con respeto absoluto a lo antiguo (¿), han ampliado y embellecido la ciudad y sus alrededores, completada con una buena red hotelera y construcciones de todo tipo, en un ambiente de quietud y de majestuosa calma, como cualquier lugar paradisíaco del Pacífico” (Granada, guía turística, 1973). Una autora más reciente justifica esa situación de privilegio con “el clima cálido, la producción de frutas tropicales (hay bosques de chirimoyos), el comercio de estas frutas ye l turismo, su principal fuente de ingresos” (Marianne Mehling, 1986). Es verdad si notamos que pregonaban en la eclosión del turismo veraniego. Hoy, presionados por la crisis económica, el panorama ha cejado en su atractivo estacional. Incluso el agua potable ha iniciado su retirada. Esperemos que los manes protectores, tan atentos durante treinta siglos, no olviden la bendición que siempre dedicaron al lugar y Almuécar pueda recuperar sus privilegios tradicionales.

repechos de la Almijara, sobresaliendo el magnífico descanso de La Herradura, a 7 km., el salón de bienestar de El Cotobro y la aldea yuppy para bañistas metropolitanos de Punta de la Mona. Toda una petulante acrópolis a punto de suicidio sobre las aguas nítidas de las calas, en presencia del pinar y las flores y frutos con pasaporte forastero.

La Costa Tropical Oeste es mucho más de cuanto hemos recordado. Es popular marinera, es típicamente morisca (ya lo sé, pero merece el apelativo), es gastronómicamente peculiar, es festiva de nación, es acogedora de tradición. Pero, y en mayor medida, es un ampuloso conglomerado de adicciones y concreciones extrañas. Es una industria del sol y el mar gestionada por intereses de tierra adentro. A pesar de ello, bendita sea.

 

TU TIERRA, TU GENTE
Coleccionables de Ideal.
Francisco Izquierdo