maripi morales en abrantes

Maripi Morales Torres fue una grande y prolífica artista de la pintura naif que nació en Granada en mayo de 1933 y se nos fue al Cielo en julio de 2013. Como dijo el periodista Ramón Ramos en el diario “Granada Hoy” anunciando su fallecimiento, los pájaros seguirán cantando y Granada se hará más vieja cada tarde, pero “ya no habrá quien pinte sus cosas diminutas” como lo hacía la genial Maripi.

Su última exposición, realizada en el Palacio de Abrantes en julio de 2012, la tituló precisamente así, con esa frase acuñada por Federico García Lorca, que decía: “Granada ama lo diminuto”. Ella amaba lo diminuto y lo plasmaba deliciosamente en su pintura. Era una artista muy granadina, una mujer entrañable y cariñosa, que supo esperar a criar a sus cincos hijos para dedicarse de lleno a la pintura, dando rienda suelta a una vocación tardía que llenó por entero el resto de su vida.

 

Estuvo casada felizmente con Felipe Romero, otro artista inefable, esta vez de las letras, que también empezó a escribir tras su jubilación en el ejercicio de la abogacía y cuya trayectoria como escritor fue muy breve, pues falleció apenas tres años después de ver editada su primera novela, “El segundo hijo del mercader de seda”, con la que sorprendió a la crítica por su intensidad narrativa y la profunda sensibilidad con que aborda en ella el drama de los moriscos en el antiguo reino de Granada, desarrollando una apasionante intriga en torno a las conmociones causadas en el orbe cristiano por la aparición de los Libros Plúmbeos y la edificación de la Abadía del Sacromonte.

                                                                                                                                                                                                                    El matrimonio Romero Morales en el Carmen de los Chapiteles con la Alhambra al fondo en 1994

Los dos componían una feliz pareja de espíritu generoso, amigable y cordial, cuya casa en el centro de Granada, en la calle Reyes Católicos, siempre estaba abierta a sus numerosos amigos y a los amigos de sus amigos. Felipe sólo publicó otro libro, esta vez preciosamente ilustrado con las pinturas de Maripi, que titularon “Paseo naif por las iglesias y conventos de Granada”, un volumen de especial belleza y primorosamente editado, donde se funden los profundos sentimientos de amor y devoción de los dos por su Granada natal, y donde él puso los textos y Maripi las reproducciones de sus cuadros. El acto de presentación del libro tuvo lugar en el Palacio de la Madraza, la antigua Universidad granadina, y fue todo un acontecimiento literario y social donde cientos de personas vinculadas al mundo del arte y la literatura manifestaron su afecto y reconocimiento al talento creador de este entrañable matrimonio.

Nunca se sabrá si fue Maripi quien descubrió el naif o fue la musa del naif quien buscando dónde posarse lo hizo sobre Maripi y la encontró dispuesta. Lo cierto es que esa fructífera unión entre la personalidad y la imaginación de la pintora con el carácter infantil, ingenuo y colorista del estilo naif se fundieron de repente en aquellos años esperanzadores de la década de los setenta que se dieron en llamar “de la transición”. Maripi orientó entonces su vocación artística hacia ese estilo encantador del naif donde reina la espontaneidad de un cierto infantilismo, que era pionero entonces en España como lo era ella misma en aquellos primeros tiempos de su producción artística. El amor por lo íntimo, por los pequeños detalles y su gran riqueza interior lo hicieron posible.

Desde aquella luminosa tarde del Club Larra de Granada en junio de 1977, en la que tuvo lugar la primera exposición de la artista, hasta su última presentación en 2012 en el Palacio de Abrantes, Maripi se estuvo paseando por los barrios y la historia de Granada dibujando sus iglesias, sus conventos, sus jardines y monumentos, sus rincones preferidos donde jugaban los niños y sus vistas a la Alhambra con sus músicos y sus poetas, fijando siempre su atención en todos los detalles y buscando la belleza de lo diminuto en cada uno de ellos. Todos nosotros estamos en sus cuadros, envueltos en ese misterio que es y será siempre la ciudad de Granada.