Sandro Botticelli fue un pintor humanista florentino del siglo XV. Integrado en el cenáculo cultural de los Médicis, destaca sobre todo como participante activo de la academia platónica de Careggi, que bajo la dirección de Marsilio Ficino desarrolló las tesis filosóficas del Renacimiento.

Aunque autor de varias obras maestras, la fama de Botticelli, se debe fundamentalmente a dos celebres pinturas: EL NACIMIENTO DE VENUS y LA PRIMAVERA. Estas dos obras se relacionan con una tercera, PALLAS Y EL CENTAURO, que representa la síntesis. Realizadas entre 1482 y 1499 para la familia Médicis, estas tres obras se encuentran hoy en el Museo de los Oficios en Florencia.

Este tríptico de pinturas representa las metamorfosis del alma según la filosofía platónica desarrollada en la academia de Careggi por Marsilio Ficino. Varias claves de la lectura se pueden utilizar para descifrar los símbolos de estas pinturas, pues el artista deja siempre la posibilidad de conciliar en sus obras una interpretación cristiana con significaciones platónicas y paganas.

El nacimiento de Venus

La pintura

Según la mitología antigua, Venus habría nacido de la espuma de mar que se formó alrededor del sexo caído del dios Urano cuando su hijo Cronos lo castró.

Botticelli representa a Venus en el centro mismo de la pintura, sobre una concha que flota por encima del agua. Sostiene en la mano izquierda su cabellera y esconde su pecho con la mano derecha. Dos dioses de los vientos, Céfiro y Aura, la empujan hacia la orilla, mientras que una de las Horas, hija de Zeus y Temis, diosa de las estaciones, tiene en sus manos una prenda decorada con flores, desplegada y presta para cubrirla. Las flores sobre su vestido significan que esta Hora es la diosa de la primavera. Del cielo caen suavemente algunas rosas cuyo nacimiento, según la leyenda, habría coincidido con el de Venus.

En realidad, esta escena no representa exactamente el nacimiento de Venus, sino más bien su llegada a la isla de Citerea, cuyas orillas habría pisado después de haber nacido de las olas, tal como lo cuenta Homero en su himno a Afrodita.

El simbolismo

VENUS

Según el cristianismo, el nacimiento de Venus del mar es análogo al del alma humana que nace de las aguas sagradas del bautismo.

La desnudez de la diosa significa pureza, simplicidad, la belleza sin disfraces del alma.

Es también una imagen de la creación del mundo, que Pico de la Mirándola explica como Venus naciendo de la castración de Urano, pues transmite a la materia las semillas de las formas ideales. Venus es entonces el fruto de la unión del espíritu y de la materia en el plano cósmico. Céfiro es el espíritu que sopla sobre las aguas como el espíritu de Dios en el Génesis y deja entender que el cielo ha fecundado el mar, pues una lluvia mística de rosas surge del soplo del dios del viento.

Los neoplatónicos diferencian dos tipos de Venus, honradas y dignas de ser acogidas, pues cada una obedece a una imagen divina.

La primera incita a la contemplación (amor celeste), Venus Urania, y la segunda a la generación (amor terrestre), Venus Pandemos.

Cavalcanti describe en el SIMPOSIUM: Se cuenta que la primera Venus, la del espíritu, ha nacido sin madre del Cielo, pues madre significa materia para la filosofía natural. La segunda Venus, que está en el alma del mundo, ha nacido de Júpiter y Dioné .Una es inteligente, situada en el espíritu Angélico, otra es la fuerza generadora que se atribuye al alma del mundo.

 

CEFIRO

El dios del viento, Céfiro, tiene entre sus brazos a la suave brisa, Aura.

Céfiro es la representación del espíritu, el pneuma, que sopla sobre las aguas primordiales, el aliento divino que preside la encarnación del alma. La escena representa el nacimiento del alma humana, que aparece en el mundo circundada por los cuatro elementos.

El aire, el agua y la tierra dividen la pintura en tres partes, mientras que la suave luz que baña la escena representa el fuego.

Más profundamente, la pintura refleja la condición humana en su triple forma: espíritu (Céfiro), alma (Venus) y cuerpo (la Hora de la primavera).Venus, como símbolo del alma humana, es el eje central, animado por un doble movimiento, púdico y sensual, que muestra su doble rostro: el amor terrestre y el amor celeste.

La pintura pone en evidencia el principio de armonía por oposición presidida por Venus, pues el alma es el cruce donde los contrarios pueden encontrarse: el par de dioses de los vientos y las rosas engendradas por su fértil aliento, reflejadas por sus opuestos en los vestidos floreados, ilustran este poder de encuentro entre el cielo y la tierra.

La primavera

La pintura

El título, retomado desde el siglo XVI, corresponde a una pintura que parece representar y festejar la llegada de la primavera. En el centro de un bosque de naranjos, en una pradera, aparece Venus, la diosa del amor. Este decorado simboliza, sin duda, el Jardín sagrado de la diosa que la mitología sitúa en la isla de Chipre.

La pintura se lee de la derecha a la izquierda.

En la primera parte de la pintura, a la derecha, Botticelli ha retomado un cuento de Ovidio: en el jardín de las Hespérides, el dios del viento, Céfiro, ha sido victima de una violenta pasión al mirar a la ninfa Cloris, y la ha perseguido y tomado por la fuerza como mujer. Después de haberse arrepentido de su ardor, la ha cambiado en Flora, la reina de la primavera eterna, y le ha ofrecido el reino de las flores. Flora es desde entonces la reina de la juventud y de la floración, protectora de la agricultura y de la fecundidad femenina. Ella está sembrando flores sobre la tierra, mostrando de esta manera su poder de fecundación.

Venus ,en el centro ,la soberana de este bosque ,se mantiene un poco hacia atrás ,como si quisiera dejar paso a su séquito .Por encima de la diosa ,los naranjos se cierran en un semicírculo como una aureola a su alrededor, y su hijo Eros lanza sus flechas de amor con los ojos vendados.

A la izquierda aparecen las tres Gracias, acompañadas por Venus, danzando una ronda encantadora.

Mercurio, el mensajero de los dioses, cierra la pintura a la izquierda. Le da la espalda a la composición, como si quisiera aislarse. En su mano derecha lleva el caduceo para alejar las nubes amenazadoras impidiéndoles penetrar en el Jardín de Venus, Mercurio personifica al protector de un jardín en el que no hay nubes y donde reina eternamente la paz. El coraje de Mercurio en su función de guardián del bosque está ilustrado por la presencia de una espada en su cadera izquierda.

El jardín simboliza la paz y la primavera eterna. Hay que destacar que el bosque y la materia son sinónimos en latín (sylva) y que por lo tanto no se trata aquí del nacimiento de Venus, sino de su encarnación en la materia. El jardín de Venus es entonces el jardín del mundo.

Sin embargo, la pintura refleja un simbolismo más sutil que una simple representación primaveral del jardín del amor de Venus.

Simboliza el camino del alma hacia lo divino: la llegada del alma al Jardín del Mundo y su vía de perfeccionamiento desde el amor sensible hacia el amor puro que conduce a la contemplación de las verdades eternas.

El simbolismo

La pintura se compone de dos partes que se armonizan alrededor del eje representado por Venus. Estas dos partes ilustran el doble rostro de la diosa, símbolo de la dualidad del alma: Venus Pandemos, que atrae los placeres terrestres, y Venus Urania, que aspira a la felicidad celeste.

Estas dos caras del amor, celeste y profano, están representadas por los dos trípticos de la pintura, que describe las metamorfosis del amor que se despliegan en el Jardín de Venus. Ficino y los neoplatónicos concebían el amor como una dualidad compuesta de un deseo físico terrestre y de una aspiración espiritual que tendía hacia Dios.

Describían el camino humano ideal como el esfuerzo constante para pasar de la pasión sensual al deseo espiritualizado de conocimiento y de luz en la unión con Dios. Céfiro, Cloris y Flora

Dios del viento, Céfiro penetra violentamentamente en el jardín, hasta el punto de que los árboles mismos se pliegan. Hincha poderosamente sus mejillas para lanzar cálidos soplos. Persigue a la ninfa vestida de velos transparentes, que le mira espantada. Céfiro simboliza aquí la pasión desenfrenada. Botticelli ha representado la metamorfosis de la ninfa Cloris en Flora como un cambio de la Naturaleza: la ingenua Cloris ha sido transformada en belleza victoriosa, fruto de la unión de la pasión y de la pureza.

Sin embargo, hay otras claves. Según el orfismo, el alma entra en el universo llevada por los vientos. Céfiro, el tenebroso, se introduce en el Jardín del Mundo haciendo entrar el alma-Cloris, la estrella celeste, aunque también parece retenerla, de la misma manera que el

Amor apasionado retrasa el camino hacia el mundo celeste.

Flora, el alma-flor, representa la belleza terrestre que, sembrando sus rosas, embellece también al mundo. Es una segunda Venus, la Venus terrestre o Pandemos. Es también la madre de la vida.

Venus

En vez de ser la encarnación del amor carnal, Venus, en cuanto eje de la pintura, simboliza el ideal humanista del amor espiritual que, a través de la ascesis del alma, permite su elevación hacia las cumbres de la inteligencia pura. Diotima, en El Banquete de Platón ejerce este rol y enseña el camino de la belleza y del amor celeste.

Según Platón, la comunión entre los mortales y los dioses se realiza gracias a la mediación del amor. Este amor está personificado por Venus, que define así el sistema universal de interdependencia que rige la circulación de los dones divinos. Venus está en el centro de un proceso que reúne a los dioses y a los hombres en un ritmo en tres tiempos: la emanación, que es la creación, conversión o rapto, que produce un éxtasis regenerarte de donde surge el amor, y la reintegración o perfeccionamiento, que permite volver al cielo y reunirse con los dioses.

Como escribía Pico de la Mirándola en el COMMENTO. Elevándose de perfección, el hombre alcanza ese nivel donde toda su alma está unida al intelecto, y donde transformado en ángel, ardiendo de este amor angelical, como lo haría una materia quemada por el fuego y transformada en llama, purificada de todas las impurezas del cuerpo terrestre y metamorfoseada en llama espiritual por el poderoso amor, volando hasta el cielo inteligible, ella (el alma) descansa entre los brazos de su padre primordial y encuentra la felicidad.

Como señala Jorge Ángel Livraga, Botticelli representa una Venus que domina el pasado, el presente y el futuro. Es el eje central. Es el amor de los platónicos que domina todo lo que es manifestado y se concretiza según las necesidades y el nivel de conciencia de cada uno.

Venus levanta la mano hacia las tres Gracias haciendo un signo de moderación. Diosa de la concordia y la armonía, está representada en el neoplatonismo del Renacimiento como una diosa bienhechora, pacífica y moderada. Parece como si estuviera embarazada, llena de la armonía del mundo.

Las Tres Gracias

Pico de la Mirándola sugiere que la unidad de Venus se despliega en la trinidad de las Gracias.

Las tres Gracias representan los tres tiempos y las tres caras del amor. Según la clave cristiana, representan, sin embargo, las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.

En la clave simbolica neoplatónica, este tríptico se presenta como Pulcritud, Amor y Belleza o Placer. Según Ficino el amor comienza por la belleza y se termina en el placer. Pero en el itinerario que satisface al alma, el Arte es solo el primer nivel, el del placer de la belleza, y la felicidad de la contemplación es el último nivel, el éxtasis del amor sagrado.

La Primera Gracia es la Belleza

En el arte del Renacimiento, el lugar de la Belleza es central, y posee un rol casi místico. Los artistas y poetas tienen la facultad de ver la belleza y por ello de excitar el amor a la sabiduría. Es gracias a la experiencia de la Belleza, reflejo de Dios, como logramos elevarnos hasta la visión de lo divino. La belleza del mundo es el esplendor de la cara de Dios, afirma Ficino .Según la enseñanza platónica, el filósofo debe extraer de la belleza sensible lo que favorece el ardor del amor superior.

Según Ficino, el Bien se sitúa en el centro de una esfera cuya superficie es la Belleza y su centro el Bien, como dos aspectos de una misma realidad, la perfección interior y la exterior. Pico de la Mirándola subordinará la Belleza al Bien, como la estética está subordinada a la Ética. La belleza es también, según la enseñanza platónica contenida en el FEDRO, la única representación que puede despertar en nuestra alma la reminiscencia de las bellezas celestes que ha contemplado antes de entrar en el mundo. Es por eso por lo que para los filósofos del Renacimiento la Belleza es eminentemente espiritual.

La Gracia Central es el Amor

Se identifica también con la castidad. Es el amor puro, que nunca ha sido mancillado por el deseo sensual, pues según los místicos del Renacimiento únicamente el amor casto conduce a gozar verdaderamente de la Belleza. Se diferencia de las otras dos Gracias por no llevar ninguna joya.

Nos da la espalda, para subrayar que la conversión hacia las cosas divinas implica alejarse de este mundo para contemplar al todo otro de la dimensión de lo sagrado. Esta función de mediador del amor corresponde a la definición que da Platón en el BANQUETE, es decir, que el amor es el deseo desvelado por la belleza. Si la Belleza no es la fuente original, el deseo no sería amor, sino pasión animal; pero la belleza sola, sin ningún lazo con la pasión, no sería sino una entidad abstracta que no provocaría el amor. Solamente la fuerza regeneradora del amor contemplativo puede lograr reunir los contrarios.

La Tercera Gracia es el Placer

El placer no es la voluptuosidad sensual, sino, al contrario, la alegría interior, último objetivo del filósofo, que debe contemplar gracias a la contemplación del todo otro. Esta alegría filosófica (la eudaimonia de los antiguos) es el bien supremo.

La ronda “graciosa” de las tres Gracias, que conforman un nudo estudiado, una simetría equilibrada entre las tres hermanas, es el símbolo de la armonía. Representa el gran misterio de la concordia que va más allá de la dualidad debido a la presencia de un “tercio incluido”

La belleza es el fruto de esta concordia, que nace en la danza cíclica de las tres jóvenes mujeres.

Cupido

Es el hijo de la Venus celeste. En DE AMORE Ficino escribe: Como el alma es la madre del amor, Venus es idéntica al alma, y amor es la energía del alma.

Eros lanza sus flechas apuntando al amor-castidad.

En la mística del Renacimiento, Eros-Cupido es el instrumento que ayuda a recorrer los peldaños inteligibles que separan a Dios de sus criaturas. Con su flecha en llamas, Cupido inspirará el amor casto (pero inconsciente) un deseo, despertará la voluntad adormecida del alma y la lanzará hacia su búsqueda consciente. Será un furor heroico que terminara en una fusión estática entre el cazador y el objeto de su caza, según una imagen utilizada por Ficino y retomada más tarde por Giordano Bruno.

Orfeo dice que el amor “no tiene ojos” porque se sitúa más allá del intelecto, afirma Pico de la Mirándola. Para conocer la naturaleza divina del alma inmortal escondida en lo más profundo de sí mismo, hay que desarrollar la visión interior, que los artistas del Renacimiento simbolizaban por la ceguera física. Es la conversión de la mirada, preconizada por el CORPUS HERMETICUM. Esta visión interior está representada por Cupido, cuyos ojos están vendados.

Mercurio

Situado al final de la pintura, Mercurio anuncia el objetivo último del viaje de amor. Con su caduceo blandido hacia el cielo, invita a la visión extática que se obtiene de la unión con el espíritu.

Tradicionalmente Mercurio es el que guía y acompaña a las tres Gracias. La inteligencia sucede al placer, que es el bien supremo más autentico y duradero, afirma Pico de la Mirándola: Los sentimientos superiores, como la auténtica alegría, permiten el nacimiento de la sabiduría, es decir, de la inteligencia que guía la personalidad humana.

Ficino presenta a Mercurio como el dios ingenioso del intelecto que recuerda al espíritu de las cosas celestes gracias a la fuerza de la razón. Así, por la fuerza iluminadora de la contemplación intelectual, Mercurio aleja las nubes del pensamiento, las atraviesa con su varita y disipa los trastornos mentales engendrados por las turbias pasiones y las “necias opiniones”.

Mercurio es también el mistagogo, el que permite penetrar en los conocimientos secretos herméticos. Con su varita juega con las nubes, y se contenta con rozarlas porque son los velos benéficos a través de los que el esplendor de la verdad trascendente, puede, sin destruirlo alcanzar al espectador. Desvelar los Misterios es quitar los velos preservando su opacidad, de manera que la verdad pueda penetrar sin deslumbrar.

Mostrando la luz divina escondida detrás de las nubes y volviéndole la espalda al mundo para contemplar el más allá, Mercurio continúa la acción que las Gracias han iniciado con su danza. Es el guía del espíritu, simbolizado por las llamas invertidas que figuran en su toga.

La composición es un verdadero ciclo en el que Mercurio y Céfiro se reúnen. Volver la espalda al mundo y apartarse de él como Mercurio, y reunirse con él con la impetuosidad de Céfiro, éstas son las dos fuerzas complementarias del amor, del cual Venus es la guardiana y Cupido su agente.

Aliento y espíritu son una sola y única cosa. El aliento primaveral de Céfiro (que en su aspecto salvaje también puede identificarse con un sátiro o con Pan, especie de Mercurio terrestre) y el espíritu de Mercurio representan dos fases de un proceso recurrente; el que desciende en la Tierra bajo la forma del soplo de la pasión, vuelve al cielo en el espíritu de la contemplación.

De la misma manera, la asociación entre Venus (alma o psique) y Mercurio (espíritu o nous) es mencionada por Plotino en las ENEADAS como la forma más perfecta de Afrodita.

El tríptico de las Gracias es el reflejo exacto, y por lo tanto invertido, de aquel constituido por Céfiro, Cloris y Flora, es decir, pasión-castidad-belleza. Si este último

Tríptico sigue el recorrido descendente de la encarnación (emanación), que tiene como meta la Belleza, el tríptico compuesto por las tres Gracias representa la conversión hacia el todo- otro, que tiene como finalidad la concordia, mientras que Mercurio simboliza la reintegración al cielo, que tiene como meta la verdad.

Palas y el centauro

La pintura

Representa a Minerva, diosa de la sabiduría, junto a un centauro que ella coge suavemente por los cabellos.

Los atributos de Minerva son la lanza, que Botticelli ha representado aquí con una alabarda, y las ramas de olivo, árbol que le está dedicado, que recorren sus brazos y su pecho .Minerva es la diosa que conduce al filósofo, con las Gracias que lo acompañan y lo imitan.

El centauro, situado entre Minerva y una pared rocosa, sujeta entre sus manos un arco.

Minerva y el centauro se encuentran en un espacio cerrado por un lado y abierto por otro, delimitado en el fondo por una valla de madera de palisandro.

El simbolismo

Minerva tiene aquí el rol de guardián (en esa época los guardias eran los que utilizaban las alabardas).Se supone que el centauro ha penetrado en el espacio que le está prohibido. Minerva le ha sorprendido mientras estaba por verificar la tensión de su arco –se nota su dedo medio aún encorvado-para lanzar una de las flechas de su aljaba. Le ha agarrado por los cabellos para hacerle renunciar a su intención, de manera que el centauro tiene que volver la cabeza hacia las diosas y se puede leer el dolor en su cara .Pero, ¿cuál es ese espacio prohibido en el que el centauro se ha aventurado?

Encontramos la respuesta cuando se reconoce en el centauro la personificación de la voluptuosidad; en cuanto a Minerva, diosa virgen, representa la castidad .Según la clave moral, esta pintura simboliza la victoria de la castidad sobre la voluptuosidad .Pero en conjunción con las creencias católicas, aparece en filigrana una concepción platónica del alma.

El amor celeste está representado por Venus Urania y por Minerva, diosa de la sabiduría. Que simboliza el amor dirigido hacia la adquisición del saber. Mientras en la PRIMAVERA, Céfiro deja libre curso a su voluptuosidad y a su deseo carnal, aquí el centauro, medio caballo medio hombre, es la imagen misma del ser humano, dividido entre los apetitos de su cuerpo (simbolizados por su parte animal) y su dimensión humana, la parte superior .Como afirmaba Ficino, nuestra bestialidad son nuestros sentidos, nuestra humanidad es nuestra razón.

El centauro está acorralado contra la pared rocosa ,que representa la pesadez de la materia en su aspecto más denso, el mineral ,mientras que Minerva está situada en un espacio abierto y despejado que deja ampliamente sitio al cielo Minerva toma al centauro por los cabellos ,es decir por la cabeza , señalando así cómo la inteligencia –sabiduría puede domesticar a la personalidad híbrida que sirve de vehículo al hombre .Tal como el caduceo de Mercurio en el jardín , la alabarda da verticalidad a la pintura y apunta hacia las esferas celestes a las que aspira el filósofo.

El arco del centauro y la alabarda de Minerva se complementan para darla idea de un combate interior que permite adquirir el control de sí mismo.

Esta pintura es la corona del tríptico que describe el nacimiento del alma, mediadora entre el cielo y la tierra, y su itinerario en el Jardín del Mundo hacia la felicidad espiritual designada por Mercurio, así como su llegada al reino armónico de Minerva, el amor enlazado por la sabiduría.

Isabele Ohmann