Para estudiar la religión griega nos tenemos que remitir a Homero y Hesíodo. El primero nos ofrece un panorama, mezcla de mito y tradición,
haciendo en sus epopeyas una especie de recorrido por la historia y aventuras de los primeros protagonistas de la civilización griega, mientras que Hesíodo nos narra las genealogías divinas desde un punto de vista mucho más simbólico y esotérico. Siempre, desde luego, teniendo en cuenta esa gran riqueza poética de evocación que ambos poseen para describir en sus obras toda la belleza del alma y el carácter heroico del mundo griego. Estas son nuestras dos fuentes más antiguas, pero hay que tener en cuenta que lo que hacen Homero y Hesiodo es solamente recoger por escrito lo que la tradición ya venía transmitiendo desde épocas muy anteriores a ellos.
Como afirma Jorge A. Livraga en Simbología Teológica de Grecia y Roma, “Caracteriza al simbolismo teológico griego una exuberancia de la imaginación y un vitalismo sorprendente. En Homero se observa un panteón complejo de figuras antropomorfizadas, en donde los héroes toman un papel principal en la relación estrecha de los dioses con los hombres, mientras que Hesíodo acude a fuentes más antiguas y se ciñe más estrechamente al esoterismo primitivo en donde los números y las figuras geométricas de sus tríadas dan una claridad de superficie sobre un transfondo enigmático”.
La Iliada, el poema épico más antiguo que se conoce de la literatura europea, fue compuesta por Homero hacia el 750 a.C. y recoge las versiones que sobre el episodio de la guerra de Troya eran difundidas por los aedos cantando sus poemas de memoria y acompañados de algún instrumento musical, generalmente de cuerda, que ellos mismos tocaban. Lo curioso es que todos ellos coincidían en sus múltiples versiones, por lo que los investigadores apuntan la posibilidad de que todas partieran de un original único mucho más antiguo, hoy desgraciadamente desaparecido. El pueblo aceptaba, por supuesto y sin lugar a dudas, como histórico y verídico todo lo que cantaban sus poetas y así lo recogieron ellos, dándoles una forma escrita que, desde entonces, constituye la base de nuestro conocimiento sobre la Grecia clásica.
Cuenta Homero que, muchos dioses, concebidos como antropomorfos pero inmortales y poderosos, participaron en las diversas batallas contra los troyanos, ayudando a sus héroes favoritos o a uno u otro bando según su propio capricho. La narración de Homero refleja la situación existente a fines de la Edad del Bronce en Grecia, entre 1570 y 1200 a.C., tiempos del poder y la riqueza de Micenas, según se ha podido atestiguar por los posteriores hallazgos arqueológicos. El contenido de la epopeya se consideró histórico en la antigüedad, no una ficción poética como se vino a pensar después, hasta la demostración de la realidad con los hallazgos de Schliemann en la colina de Hissarlik y en Micenas a finales del s.XIX. Al sobrevenir la Edad Oscura se perdieron también las huellas de otras civilizaciones más antiguas, pero de sus restos pudieron beber para conformar sus poemas y trabajos tanto Homero como Hesíodo.
Con respecto a este último, es lógico pensar que, antes de que él escribiera su Teogonía, había ya otras teogonías elaboradas en la Hélade, herederas más o menos directas de las altas culturas Cretense y Micénica, e indirectamente influenciadas por la teología mesopotámica y la egipcia. Las obras de Hesíodo serían entonces la versión literaria de un contexto de creencias y mitos mucho más antiguos ya existentes en la vieja Grecia. El hecho, dice JAL en los apuntes, de que Hesíodo figure como un “pastor que frecuentaba el monte Helicón” nos hace pensar en el sentido simbólico de sus escritos y hay que entenderlo como “Pastor” al igual que Gautama y Jesús, siendo el Monte Sagrado el emblema de la misma vida, que con sus espirales desciende desde el Cielo hasta la Tierra de los hombres”. En este monte sagrado, inspirado por Mnemosine como él mismo afirma, Hesíodo hace su trabajo dándole una nueva e inspirada forma altamente simbólica al material recogido de las viejas escuelas órficas.
Un punto importante que conviene estudiar es por qué la religión griega nos es mucho más conocida, por lo menos en su parte formal externa, que otras de la misma antigüedad o más cercanas a nuestros días, y cuál es el secreto de ese atractivo que todos siempre hemos sentido hacia ella. En primer lugar hay que tener en cuenta que su antropomorfismo, tan señalado y discutido es tardío, al igual que ocurre en Egipto con el zoomorfismo teológico. En sus comienzos se debió manejar con abstracciones y con imágenes de los Misterios Órficos, los cuales no nos han llegado más que como oscuras referencias. Su posterior antropomorfismo es un esfuerzo para acercar al pueblo estos Misterios, y tal vez por ello se quejase Platón de los poetas, pues en su afán de expresar de manera bella y accesible los secretos de la religión, la minorizan y humanizan sensiblemente. Es lo que les ocurre a todas las religiones cuando se las quiere acercar al pueblo, como ya sabemos.
Se dice a veces que el antropomorfismo de los poemas homéricos es el más completo y extremado que se conoce en la historia; que nunca, ni antes ni después, han sido los dioses tan semejantes a los hombres y que esta es una manera enormemente ingenua de ver a la divinidad. Sin duda es así, pues, como decía el sabio Solón, los griegos son como niños, pero hay también algo distinto, algo mucho más interesante y cargado de significación, como comenta M.I.Finley en “Los griegos y la antigüedad”: ¡es un paso tan audaz el del hombre que se atreve a subir a tanta altura como para poder convertirse en imagen de los dioses! Lo que hicieron los poetas griegos, considerado tanto en la acción misma como en su sentido más hondo, supone una conciencia de su valor como humanos y su despertar con una confianza en sí mismos sin precedentes, henchida de ilimitadas posibilidades para el futuro.
Por supuesto que un hombre solo como Homero, no podía llevar a cabo tamaña revolución intelectual y tampoco los aedos serían conscientes de que estaban participando en la misma. En los poemas homéricos se delata una cierta repugnancia a los dioses-serpientes, a los ritos de la fertilidad o al aspecto delirante y frenético de las ceremonias orgiásticas de las religiones primitivas, elementos todos muy arcaicos y de profunda raigambre popular. Tuvo lugar también en su tiempo otra revolución tras el periodo oscuro: el retorno a Grecia del arte de la escritura. Solamente una sociedad que sabe escribir, que puede reunir, conservar y transmitir por este medio sus conocimientos, está capacitada para plantearse sistemáticamente preguntas acerca de sus creencias religiosas o de cualquier otra clase. Homero representa solo los inicios de este renacimiento y la primera teogonía propiamente dicha es la que le debemos a Hesíodo, que pertenece ya plenamente al periodo histórico griego, mientras que Homero se detuvo en el umbral. Los poemas homéricos se refieren insistentemente al pasado, pero al mismo tiempo se proyectan hacia el futuro cada vez que tocan lo más sensible del corazón de los hombres, al dar el papel protagonista de sus historias a la figura del héroe como modelo a imitar, al ser éste un ser intermedio para alcanzar la categoría divina, ya que es un hijo del amor entre los dioses y los hombres.
Otro que hace una defensa apasionada contra la acusación de antropomorfismo con que se ataca a la religión griega es Walter Otto, que proclama que el antropomorfismo consiste en interpretar y representar a los dioses Sub especie humana, pero lo que los griegos hicieron fue más bien ver a los hombres Sub especie de dioses, y, en este sentido, su religión merece mucho más el calificativo de teomórfica que antropomórfica. Señala que, en todo caso, antropomórfico sería el Dios judeo-cristiano, tan celoso y vengativo, provocador de remordimientos y hasta rencoroso como el más vulgar de los humanos.
El universo de los griegos era, ciertamente controlado por los dioses y, a pesar de que Protágoras afirmara que “el hombre es la medida de todas las cosas”, no se trataba en modo alguno de un universo antropocéntrico. Esta frase del sofista, que se ha hecho tan famosa, fue un ataque en profundidad absolutamente minoritario contra las tradiciones arcaicas. El hombre no es en modo alguno para los griegos la medida de todas las cosas; ni siquiera los dioses lo son. El heroísmo griego tiene sentido precisamente porque los dioses cumplen siempre con lo que es una de sus tareas primordiales: mantener a los hombres sujetos y sometidos siempre en una situación de inferioridad. Recordemos cuando, en el Canto V de “La Iliada”, Diomedes derriba a Eneas e hiere a Afrodita, que lo había rodeado con sus brazos para protegerlo. El majestuoso Apolo truena entonces contra él diciéndole: “Reflexiona, hijo de Tideo, retrocede y no midas tus fuerzas con los dioses, pues ¡los eternos y los seres humanos de la Tierra no son de la misma categoría!” Ellos son así: inmisericordes a pesar de su bondad, y sólo frente a tales divinidades, frente a una visión del mundo no antropocéntrica, puede tener lugar el heroísmo griego. Nietzsche fue también uno de los que supo ver en los dioses antiguos la encarnación de las realidades implacables de un universo donde los hombres no disfrutan de ningún privilegio especial y tienen que hacer su camino enfrentando su soledad y sus propias limitaciones, elevándose por sí mismos a la altura necesaria para poderse poner en contacto con los dioses.
También W.Otto da a entender en sus obras que la religión griega es un fruto peculiar de la original intención especulativa de los griegos y que posee por ello un valor filosófico mucho más elevado que otras formas religiosas que no son más que meras supervivencias o restos y reelaboraciones de otras experiencias más remotas. Con el paso de los años, Otto fue radicalizando aún más sus posiciones, hasta el punto que la publicación de su “Teofanía” en 1956 suscitó un movimiento de inquietud entre los teólogos cristianos, incómodos ante aquella, según ellos “absurda tentativa de resucitar las antiguas ideas religiosas griegas”. Pero lo que parece más verosímil que preocupase a Otto (espíritu genuinamente religioso sin ninguna duda), era el hecho de que los dioses, cuando se cargan abusivamente las tintas para ponderar su perfección, tienden a perder su carácter individual y distintivo. Un dios único y demasiado perfecto como el de las religiones monoteístas, constituye un paso decisivo en dirección al dios de los filósofos teistas, como ya hemos visto en la Historia de la Filosofía, y de ahí a la incredulidad y al ateismo hay solo un paso, como de hecho ha ocurrido con la mayoría de los intelectuales de nuestra época. Y es que, como decía Goethe, cada uno de nosotros nos sentimos todos un poco griegos en el fondo, porque somos hijos y herederos de su religiosidad y su filosofía y lo conveniente sería “Que cada cual sea a su manera griego, pero que lo sea”.
Pero volvamos atrás de nuevo para rebuscar entre las tradiciones más arcaicas y tratar de averiguar dónde pudieron beber Hesíodo y Homero, ya que lo que hoy nos interesa aquí es hacer una pequeña introducción al estudio del pueblo griego y de sus dioses para poder entender mejor su religión.
UN POCO DE HISTORIA
Hace 11.500, años cuando se hundieron los últimos restos de Atlántida, la topografía de Grecia había variado tan fundamentalmente que importantes grupos étnicos proto-griegos de origen atlante y ario-asiático habían sido destruidos y luego retrogradados a un estado semisalvaje. En ese caos, el culto a la fuerza física, la seducción sexual y a todos los genios inferiores de la Naturaleza hallaron un campo propicio, siendo exterminados los últimos defensores de la pureza y el inegoismo que habían intentado salvar el continente atlante. En ese marco, hace ahora unos 5.000 años, es cuando se calcula que, resplandeciente de belleza física y moral, apareció Orfeo, el avatara que inicia con su actuación el movimiento reformador que va a dar origen a la religión y la filosofía griega.
Las primeras migraciones de indoarios que llegaron a la península y las islas que, andando el tiempo, habrían de llamarse Grecia, se supone que tuvieron lugar en los albores del segundo milenio a.C. allá por el 1900 en tiempos del esplendor cretense.
Hacia el 1400, de manera brusca, el poderío de Creta se derrumba; no se sabe si a causa de la erupción del volcán de Thera, de un terremoto o a la invasión de otros pueblos del mar que arrasan esta cultura en un momento en que Cnosos había alcanzado la cúspide de su poder. El periodo de esplendor cretense termina para no volver a recuperarse y el centro del escenario político se traslada ahora al continente iniciándose, como ya hemos visto, alrededor del 1400, una nueva civilización con centro en Micenas.
Aquellos primeros pueblos aqueos que en el 1900 emigraban hacia el Sur se instalaron en la Grecia continental, estableciéndose inicialmente en el centro de la península y en el norte del Peloponeso, mezclándose con los primitivos habitantes de la región, los pelasgos. Los recién llegados conocían el bronce e introdujeron el caballo. Hablaban una lengua de raiz indoeuropea y Mecenas se convirtió rápidamente en un centro de riqueza y poder. Toda la zona sur de los Balcanes había pasado ya por una larga Edad de Piedra y una también larga Edad del Bronce cuando estos primeros aqueos aparecieron en escena. Habían de transcurrir varios siglos antes de que tuviese lugar el brillante período micénico (1400-1200) que sucede a la caida de Creta.
Alrededor del 1200, la civilización micénica queda también aplastada por una nueva inmigración: los dorios, que arrasan destruyéndolo todo y con los que se inicia un periodo de aproximadamente 400 años que se ha dado en llamar la Edad Oscura. El pueblo queda sumido en una especie de Medievo tenebroso en el que desaparece la escritura, menudean las guerras y reina la barbarie, aunque tuvo también periodos más tranquilos que permitieron a estos pueblos reorganizarse y tener pequeños respiros, como ocurrió en nuestra baja Edad Media con el gótico y otros pequeños renacimientos. Pero lo cierto y extraordinario es que el espíritu griego conservó siempre la fuerza de sus raices arias y mantuvo lo fundamental de sus habilidades técnicas y artísticas en la agricultura, la cerámica y la metalurgia. La lengua sobrevivió también a la transformación social, y el pueblo aqueo, como se le conocía entonces, mantuvo siempre su propia identidad. Este término de aqueos fue luego reemplazado por el de “helenos”, como también se llamó “Hélade” al conjunto de todas sus ciudades, aunque en realidad los griegos antiguos nunca estuvieron todos unidos ni política ni territorialmente, por lo que decir “la Hélade” era como decir hoy “la cristiandad” o “el mundo árabe”.
La verdad es que los griegos tenían todos plena conciencia de pertenecer a una cultura común y así lo afirmaba Herodoto cuando decía aquello de: “…siendo nosotros de la misma raza y de igual idioma, comunes los altares y los ritos de nuestros dioses, semejantes nuestras costumbres…” etc. Es decir, ellos siempre consiguieron, y se sintieron orgullosos de ello, mantener un grado considerable de autonomía interna, viviendo un género de vida totalmente griego y conservando siempre la conciencia de ser helenos, aún cuando estuvieran sometidos o subyugados. Estaban tan orgullosos de su lengua que a aquellos que hablaban otras los agrupaban a todos en la categoría de bárbaros, porque para ellos hablar otra lengua era no saber hablar.
ORFEO
Y viene ahora el “quid” de la cuestión, porque al llegar aquí, uno se pregunta: ¿Qué fuerza había en ese espíritu griego? ¿De dónde le venía ese orgullo de saberse un pueblo grande, capaz de civilizar a todo un continente, dándonos con su religión y su filosofía una nueva visión del mundo, del alma humana y de los dioses?
Creo que la respuesta hay que buscarla en Orfeo, “Orfeo el famoso”, como recoge en solo dos palabras el primer testimonio órfico conocido, de los muy escasos que hoy se conservan, y que confirma la gran popularidad que tuvo su figura. Carecemos sin embargo de datos históricos del personaje y, aún en lo tradicional, su recuerdo es tan impreciso que suele confundírsele con alegorías astronómicas y dioses del panteón olímpico.
Normalmente, se suele recordar a Orfeo por dos cosas: que fue un músico-poeta y que amaba a Eurídice hasta el punto de descender a los infiernos en su desesperada búsqueda, cuando la muerte la arrebató de sus brazos. Su historia es el mito arquetípico del poder civilizador de la Música, ya que con su lira, regalo de Apolo, podía conmover y encantar a todos los seres de la creación. Orfeo fue el genio animador de la Grecia sagrada, el que despertó su alma divina, iniciando hace 5.000 años una nueva civilización que todavía perdura. Su lira de siete cuerdas abarca todo el universo y cada una de ellas responde también a una modalidad del alma humana, conteniendo la ley de una ciencia y un arte universales. Es el gran patriarca de la poesía y de la música, concebidas como reveladoras de la Belleza y la Verdad eterna. Él depuró y transfiguró el Baco popular de rituales frenéticos en el Dionisos celeste, símbolo del espíritu divino que evoluciona e impulsa el alma humana a través de todos los reinos de la naturaleza, tratando de persuadir a los seguidores del culto al dios que abandonaran aquellos ritos arcaicos y sangrientos de las religiones primitivas. Sustituyendo a las orgías y fiestas desenfrenadas, Orfeo fundó los Misterios de Eleusis, instituyó los cultos a Zeus e hizo famoso al más célebre de los santuarios oraculares: el de Apolo y Dionisos en Delfos.
Aquel joven tracio, al que el pueblo llamaba “el hijo de Apolo” por su extraordinaria belleza y atractivo, un dia desapareció y se dijo que había muerto. Pero la realidad es que había huido secretamente a Samotracia y más tarde a la India y Egipto para iniciarse en los Misterios. Volvió al cabo de veinte años tras haber conquistado su nombre de iniciación y ahora se hacía llamar Orfeo, que significa “Aquél que cura por la Luz”.
Orfeo llevó los Misterios a Grecia trayéndolos de la India milenaria. HPB en su D.S. tomo V, pg. 250 dice textualmente: “Efectivamente, cuando Orfeo, hijo de Apolo o Helios, recibió de su padre el phorminx (la lira de siete cuerdas, símbolo del séptuple misterio de la iniciación), ya los misterios se habían enmohecido con la edad en el Asia Central y la India. Dice Herodoto que Orfeo trajo los Misterios de la India, y Orfeo es muy anterior a Homero y Hesíodo”
Pronto su influencia penetró en todos los santuarios de Grecia, consagrando la majestad de Zeus en Tracia y la de Apolo en Delfos, donde instituyó las bases del Tribunal de los Anfictiones que llegó a ser, años más tarde, la unidad social de Grecia. A través de los Misterios formó el alma religiosa de su patria, fundiendo en un pensamiento universal la religión de Zeus con la de Dionisos. Los iniciados recibían la Luz de los Misterios y aquella luz llegaba al pueblo más templada, pero no menos bienhechora, bajo el velo de la poesía y de la música en fiestas y celebraciones. De este modo, Orfeo fue pontífice en Tracia, gran sacerdote del Zeus olímpico y revelador del Dionisos celeste como arquetipo para los hombres: Dionisos es el dios de todas las contradicciones, de lo imposible y lo posible, de lo absurdo que se puede convertir en realidad con su sola presencia. Domina y domestica a la Naturaleza toda con el sonido de su lira, mostrando al hombre sus posibilidades entre ser un animal o un dios, y manifestando así los términos extremos de todas las oposiciones que el hombre encierra en su propio ser. Pero es también el dios de donde brota la sabiduría en el éxtasis de su locura: el poseido por Dionisos libera su conocimiento de lo divino y “ve” aquello que los no iniciados son incapaces de percibir.
Desgraciadamente, todo se perdió a la muerte de Orfeo. Según nos sigue diciendo HPB, “la historia documentada de Europa puede asegurarse que empieza con Aristóteles, ya que antes de esta época todo se enreda en una inextricable confusión cronológica.”Al sobrevenir la Edad Oscura la gente empezó incluso a dudar de su existencia y entró a formar parte del mito. Pero años más tarde, con la llegada de Pitágoras, éste recuperó para su Escuela de Crotona todo lo que era místico y misterioso en Orfeo, acercándolo más a la realidad concreta, y el Colegio Invisible continuó su obra. Los órficos fueron entonces los primeros filósofos de Grecia y los ancestros espirituales de las escuelas pitagórica y platónica.
“Grecia –dice HPB- no tomó la astrología de Egipto ni de Caldea, sino que, como dice Luciano, la recibió directamente de Orfeo, el maestro en ciencias índicas de casi todos los grandes monarcas de la antigüedad”
Casi todo lo que conocemos históricamente sobre el Orfismo es de muchos años después, ya que fue bajo el Imperio Romano cuando hubo un fuerte resurgimiento como religión de Misterios y es en esta época cuando aparecen los Himnos Orficos.
El orfismo hizo de Dionisos el verdadero centro de su doctrina. El mito nos cuenta que Dionisos fue capturado por los Titanes cuando era niño y éstos lo desmembraron y se comieron sus pedazos. Pero, afortunadamente, Zeus pudo salvar el corazón de su hijo tragándoselo Él mismo y, a su debido tiempo, dio a Dionisos un segundo nacimiento. Los Titanes fueron castigados y vencidos y de sus restos surgieron los seres humanos. Como consecuencia, cada ser humano contiene un pequeño fragmento de Dionisos y asume una parte de culpa de aquella mancha primitiva, por lo que está condenado a reencarnarse una y otra vez hasta su total purificación y despertar.
Es fácil reconocer en este mito la doctrina de la inmortalidad y la reencarnación. El orfismo supone la introducción en Grecia de la noción de inmortalidad del alma y su incorporación plena al pensamiento occidental por medio de la elaboración de este concepto que realizaran después sus continuadores Pitágoras y Platón. Cada persona no es sólo un compuesto de cuerpo y alma, sino que también posee una chispa de absoluta divinidad. Actualizar esta chispa es volverse uno mismo un dios y, por lo tanto inmortal. Esta es la promesa contenida en los Misterios Orficos que ha llegado hasta nosotros. Para los no despiertos, el alma se debilita y muere cada vez que desencarna, liberando esa chispa para reencarnar de nuevo con otro cuerpo y alma en este mundo hasta su completo despertar. Pero para los iniciados en los misterios, la muerte no es más que un paso que nos lleva a ese otro mundo más real y divino que el que acabamos de abandonar aquí.
La tradición órfica influyó en Grecia durante miles de años y aún hoy seguimos bebiendo de los restos de su sabiduría. Lo apolíneo y lo dionisíaco, extremos aparentemente opuestos, son complementarios en la religión de Orfeo y nos hablan permanentemente de la sabia utilización del arco y la lira, del látigo y el gancho, para aprender el arte de vivir que nos legaron Orfeo y toda la tradición griega.
BIBLIOGRAFÍA:
- Walter F. Otto: “Los dioses de Grecia”, ed. Siruela, Madrid 2003
- M.I. Finley: “Los griegos de la antigüedad”, ed. Labor, Barcelona 1992
- E. Schure: “Orfeo, Pitágoras y Platón”, ed Kier, Buenos Aires 1981
- G.Colli: “La sabiduría griega”, ed. Trotta, Valladolid 1998
- HPB: Doctrina Secreta-V, pgs. 250 y 305-6, ed. Kier, Buenos Aires 1979
- Jorge A. Livraga: “Introducción a la Sabiduría de Oriente” y “Manual de Simbología Teológica