Comparable a aquellas antiguas urbes que constituyeron el eje y el centro del mundo conocido, como Delfos en Grecia o Cuzco en Perú, astral y geológicamente es un enclave magnético cuyos efectos puede percibirlos cualquier viajero que se acerque a ella con sensibilidad.
Enclavada en una envidiable situación dentro de nuestro oriente andaluz, constituye un lugar muy especial y mágico tanto desde lo que se consideran puntos de energía telúrica, como por lo inusual de su situación geográfica, que contiene, con muy pocos kilómetros de diferencia, el punto más alto de la Península, frío y nieves perpetuas, y la costa mediterránea, templada y sureña, cargada de ricos frutos tropicales. Todo esto hace de Granada algo muy especial y realmente un lugar mágico. Su luz posee una gradación única que atrae irremisiblemente a pintores y artistas, espíritus sensibles que llegan de todo el mundo seducidos por esa sabia superposición de culturas que ocultan a los ojos del profano la belleza de sus recónditos rincones apenas transitados, pero que el entendido localiza y capta enseguida. Nada hace sospechar que, tras esos humildes muros encalados por los que se escapan deliciosos perfumes de azahar, de jazmines o macasar, cuando se pasea despacio por el Albaicín, pausadamente, disfrutando a la vuelta de cualquier esquina de vistas siempre distintas de la Alhambra, que se alza enfrente, majestuosa y coronada de torres como una reina, existan los más bellos cármenes con sus íntimos patios y jardines; o que, tras los ladrillos rojizos de la Alhambra, se esconda el más exquisito palacio nazarí que imaginarse pueda. Clave de esa riqueza de tonos de luz puede que sea su Sierra Nevada que, reflejando en su blanquísima y brillante nieve los rayos dorados del Sol, ilumina caprichosamente de tonos rosados y violetas los recintos de la Alhambra, la Acrópolis –ciudad alta– granadina.
Por eso Granada y, aún más, su Alhambra, es mágica y sacra. Porque integra, junto a otras ciudades hermanas, también como ella, centros de energías telúricas, la maravillosa coalición de las fortalezas de espíritu que los pueblos de la antigüedad significaron en las torres que ceñían las simbólicas coronas de las diosas madres como Gea o Cibeles, o tantas otras diosas nutricias y generadoras que todos los pueblos de la antigüedad adoraron como símbolo de dación y entrega generosa de sus hijos al mundo.
Granada es como un gran vientre cósmico generador y dador de vida, rodeada de montañas que la abrazan y protegen de agresiones externas, que la hacen íntima e introvertida, siempre vigilada desde las atalayas de la Alhambra que, como un gran barco cuya proa es la Torre de la Vela, se mantiene siempre erguida y a flote marcando la dirección y la meta.
La Alhambra
Sabrás mi ser, si mi hermosura miras, dice una de las inscripciones del poeta Ibn Zamrak en los muros de la Alhambra. Ésta es, precisamente, su clave más mágica: la belleza. Y a través de ella es como puede llegar a entenderse el misterio de su perfección, de su misticismo y armonía total que nos seduce al primer encuentro y nos habla directamente al corazón.
Lo más bello que podemos experimentar es la parte misteriosa de la vida. Ése es el sentimiento profundo que se encuentra en la cuna del arte y de la ciencia verdadera, decía Albert Einstein. Y García Lorca, en uno de sus dibujos firmado en 1934, cuando ya casi presentía su trágica muerte, escribió: Sólo el misterio nos hace vivir. Sólo el misterio.
Ese misterio, ese poder fascinador de la Alhambra, atrajo a lo largo del siglo XIX a numerosos viajeros románticos, escritores, músicos y pintores subyugados por el esplendor de una cultura exótica, el arte musulmán en la cúspide de su perfección, acogiendo de forma única y en el extremo más occidental de Europa el profundo misticismo de Oriente, la sensualidad religiosa y los oscuros misterios del Islam.
La luz, el agua, los espacios abiertos, la arquitectura de los palacios, el primor de sus azulejos de formas geométricas y lacerías infinitas; la riqueza de las flores y plantas en distintos niveles de las terrazas, estanques y jardines del Generalife, todo ello aparece con distintas valoraciones según las horas del día o las estaciones del año, pues todo está concebido para que la Naturaleza y el Arte se combinen en una armonía permanente y siempre viva. Si de día aparece hierática, impúdica y poderosa, recorrida desde la Puerta de la Justicia hasta el Generalife, por la noche se la percibe íntima, hermética, sugerente y como ensimismada, propicia a la meditación y al recogimiento interior.
Enclavada en un lugar estratégico como fortaleza de difícil acceso, a la manera de una acrópolis musulmana, se asemeja la Alhambra a una enorme nave rojiza anclada en el verde mar de la vega. Enfrente tiene la colina de casitas blancas del Albaicín, que bullen con su ajetreo de pequeña ciudad junto a las enigmáticas cuevas del Sacromonte, coronado por su famosa Abadía y, al fondo, como un bellísimo telón colocado por el Gran Arquitecto, la inmensidad de Sierra Nevada propicia las bellísimas y famosas puestas del Sol que cada día se pueden contemplar desde la albaicinera Plaza de San Nicolás.
Dicen los sabios que para que una ciudad prospere, debe reunir cinco condiciones: agua corriente, tierras fértiles para la siembra, un bosque cercano que proporcione leña, murallas sólidas y un jefe que mantenga la paz y la seguridad de los caminos, castigando a los revoltosos.
El rey Alhamar reunía todas las condiciones y características personales exigibles a un jefe político-militar y en él se depositaron las esperanzas de los habitantes de Granada. A él, a Yusuf I y a Mohamed V les cabe la gloria de haber construido la Alhambra durante sus reinados, y aquí se dieron todas las condiciones para que naciera una ciudad en lo alto de la colina, que se llamaría Medinat Alhambra o Ciudad Roja. Desde ella se gobernó, durante casi tres siglos, no sólo Granada y su provincia, sino todo un reino que comprendía ciudades tan importantes como Málaga, Almería y Algeciras.
Fue así como se creó la Alhambra, donde la guerra y la paz, la sabiduría y el amor tuvieron sus aposentos. Aunque, según la leyenda de Washington Irving, fue construida por un sabio árabe que vino de Egipto, donde había aprendido los usos mágicos del Libro de Thot, el Hermes de los griegos, la verdad es que no se conoce con certeza cuáles fueron sus arquitectos. El término árabe alarif, que entra a formar parte de la palabra generalife, significa el jardín o el paraíso del sabio. ¿Qué otra cosa fue el Generalife, sino un lugar para la meditación y el deleite, propios de la belleza y sensualidad del Islam? Es claro que se hizo para la contemplación, para el éxtasis sereno de los sentidos que, en la mentalidad árabe, lleva a la meditación filosófica y al éxtasis divino.
Algunos enigmas
Sólo nos vamos a referir a los más conocidos para no cansar al lector, pero lo cierto es que son numerosos los que el visitante atento podrá entrever desde su primera visita a la Alhambra.
Antes de entrar por la Puerta de la Justicia, impregnada de carácter áurico y simbólico, nos encontramos con el primer enigma: la mano y la llave que presiden su entrada. Algunos dicen que se trata de la Mano de Fátima, por estar asociada a la hija del Profeta, pero en realidad es un talismán mucho más antiguo, cuyo origen parece remontarse al Neolítico. Desde muy antiguo, la mano abierta y con la palma hacia el frente ha sido siempre un símbolo de paz. Es el gesto natural del que se acerca tratando de calmar a un rival enfurecido. La mano abierta al firmamento conjura los maleficios de las estrellas, así como la barbarie de los hombres, manteniendo así el monumento inmune hasta la consumación de los tiempos. Se sana por imposición de manos y así también impartía el sultán su bendición (la baraca) a su heredero en la Sala de la Barca.
Lo que sí parece innegable es que una influencia misteriosa, que es casi un milagro, protege a la Alhambra, pues ¿no es un misterio que estos palacios, en gran parte tan frágiles y construidos con materiales tan sencillos, se mantengan aún en pie?
El significado de la mano y la llave tiene un sentido mucho más universal y profundo que el atribuido por la leyenda popular recogida en los versos del poeta Álvarez de Cienfuegos: Y abierta ha de quedar la mano hasta que al cabo se apodere de la llave y en escombros la Alhambra se convierta. Para un entendido, la mano simboliza la materia y la llave es la representación del Espíritu al que la materia debe someterse para alcanzar la sabiduría.
Tras pasar esta grandiosa puerta y curvando, como siempre, para proteger de la vista exterior, aparece la ciudad soñada. Pero antes de entrar en los palacios nazaríes nos topamos con la mole inmensa del Palacio de Carlos V, el Emperador que en su viaje de novios quedó prendado de Granada y quiso instalar aquí su corte y ordenó construir este magnífico edificio, integrado en el entorno y que tan gratos momentos de música nos proporciona cada año acogiendo en su patio central al Festival Internacional de Música y Danza.
La Torre de Comares
¿Qué hay en la Torre de Comares, que no existe en el resto de la Alhambra?, se pregunta el arabista Emilio García Gómez. ¿Qué extraño motivo que no es sólo la riqueza del horizonte, produce esta inquietud? El mismo Salón de Embajadores nos contesta en una de sus inscripciones: Soy el corazón del Palacio entre todos sus demás miembros. Y hay algo que nos incita a creerlo así. La majestad se siente aquí casi de manera obsesiva, como si la gloria de los reyes que allí recibían a los viajeros más importantes de todo el mundo aún estuviera viva.
Su cúpula de madera de olor, sembrada de estrellas, es un rico entramado de taracea que cubre todo el techo de la Sala, compuesto de infinitas piezas de madera de distintas tonalidades que forman, no sólo uno de los artesonados más impresionantes del arte hispano-musulmán, sino la representación simbólica de los siete cielos del Paraíso con sus cuatro ríos representados por las cuatro semidiagonales.
El descubrimiento de la bellísima policromía de la bóveda hecho por el profesor Darío Cabanales, y sus deducciones de que cada elemento de la estrella clave se desplaza progresivamente en una figura, correspondiendo su tamaño a la proporción de aquél, viene a poner de manifiesto que la bóveda es un tratado de simbología que en sí compendia la astronomía, la policromía y la teología. Aquí está resumida toda la idea teológica del pensamiento islámico: la esfera celeste hasta llegar a Dios.
Cada estrella de la bóveda es un peldaño que nos lleva a la Divinidad, situada en la cúspide, y representada por la estrella más grande, la única que ostenta el blanco puro en su centro, la estrella clave, dado su especial simbolismo que representa el Trono de Dios. El cubo determina las cuatro paredes con el cuadrado del suelo y la pirámide del techo, que simbolizan respectivamente al hombre y al espíritu elevándose hacia Dios. Todo en este Salón de Embajadores responde al concepto áureo de la divina proporción, cuyo número clave es 1,618.
Si regresamos al Patio de los Arrayanes, por donde habíamos entrado a través del Salón de la Barca, nos encontramos igualmente con las proporciones áuricas, las mismas que presiden todos los grandes monumentos creados por la sabiduría de los mejores arquitectos y artistas de todos los tiempos.
Otra curiosidad es que, en conjunto, la planta de todo este Palacio de Comares representa la cruz ansata o Llave de la Vida egipcia, con el cabezal representado en el Salón del Trono, el travesaño horizontal en el Salón de la Barca y el tronco vertical en el Patio de los Arrayanes o Nave del Estanque, cuyas tranquilas aguas, habitadas por pececillos multicolores, reflejan como un espejo todo el frente de la portada.
El Patio de los Leones
Es otra preciosa joya de la Alhambra en la que también vamos a ver algunos enigmas no muy conocidos por el turista de a pie. Nos encontramos aquí no sólo la síntesis final del arte hispano-musulmán, sino un verdadero compendio feliz de las tres culturas que, con tres religiones distintas, convivieron en la península durante la Edad Media.
Los cristianos le dieron la idea básica de un patio de inspiración claustral, aureolado de suave e íntimo misticismo. De los judíos, los doce leones, símbolo de las doce tribus de Israel, confirmando esta teoría el hecho de que dos de ellos están marcados con sendos triángulos equiláteros en su frente, que componen la estrella de David o Sello de Salomón. El triángulo era sagrado y se usaba como signo religioso en el Extremo Oriente, algunos siglos antes de que Pitágoras lo proclamase como la primera de las figuras geométricas y la más misteriosa de todas. El doble triángulo significa la unión y fusión del espíritu con la materia. Estamos pues ante un símbolo mágico, múltiple y universal, que en este Patio se plasma con todos sus mensajes divinos.
En torno a la simbólica fuente central, se despliega un bosque de 124 estilizadas columnas de mármol de Macael con sus hermosos capiteles, semejando un palmeral en medio del oasis árabe. Todos los soportes del Patio de los Leones están formados por estos esbeltísimos fustes, los de mayor fragilidad usados hasta entonces, con los capiteles cúbicos en su tiempo dorados que, al decir de Ibn Aljatib ...extasían la mirada y elevan el pensamiento.
El centro del Patio de los Leones está surcado por cuatro acequias, imagen de los cuatro ríos del Paraíso, cuyas aguas nacen en las fuentes de las cuatro salas inmediatas, saltan sus peldaños, se mezclan con los rebosaderos de los surtidores de los templetes y confluyen al octógono central presidido por la gran fuente.
La sala inmediata de Dos Hermanas, cuya formidable bóveda de complicado dibujo produce el asombro y el placer de lo sublime, los alicatados de interminables figuras geométricas que se repiten por todas las paredes de los palacios, los bellos motivos de lacería que se entrecruzan como abstracta expresión de lo infinito, el lujo interior y la austera sencillez majestuosa de todas sus torres, hacen de la Alhambra un paisaje universalmente conocido, donde todo hace pensar al visitante que es verdad esa exclamación interminable que corre entre sus atauriques: Sólo Dios es vencedor.
Mª Angustias Carrillo de Albornoz
Bibliografía
Tratado de la Alhambra Hermética. Antonio Enrique. Ed. A. Ubago S.L. Granada, 1988.
Silla del Moro y nuevas escenas andaluzas. Emilio García Gómez. Ed. Revista de Occidente. Madrid, 1948.