“Se fue a Granada por silencio y tiempo y Granada le sobredió armonía y eternidad” . Juan Ramon Jimenez
1.996 ha sido el año de Falla. Y no sólo en Cádiz, Granada o Alta Gracia (Argentina), donde nació, vivió lo mejor de su vida y murió un 14 de Noviembre hace ahora 50 años. Su figura se ha proyectado igualmente en ciudades como Madrid, París, Londres, Sidney, Nueva York, Tokio, Buenos Aires o Santander, por sólo nombrar algunas de las que, a lo largo de todo este año le han dedicado una buena parte de sus actividades musicales y culturales en general. Su espíritu inquieto -extraña amalgama de “misticismo cañí” como le decía su buen amigo Joaquín Turina-, que puso de moda lo español en la Europa de primeros de siglo, ha sobrevolado los escenarios y salas de conciertos de todo el mundo en la conmemoración del cincuentenario de su muerte
Manuel de Falla fué un hombre extraño, un ejemplar humano difícilmente repetible, como todos los genios, mezcla de gracia andaluza y “malafollá de Graná”, (son palabras textuales de alguien que lo trató muy de cerca y además lo quería bien), pues lo mismo era, para los que lo conocieron personalmente, un hombre excesivamente serio, seco y “malasombra”, que un ser tremendamente bondadoso y cordial, ocurrente y hasta gracioso cuando le salía la chispa andaluza, el “salero” de su ciudad natal. Casualmente, tuve la suerte de conocer a una de las muchachas que sirvió en su casa, a la que cariñosamente llamábamos Cristina “la vieja”, que me contaba de la pulcritud y minuciosidad de “don Manuel, que en paz descanse” –siempre que lo nombraba era así–, de los infinitos detalles de sensibilidad y delicadeza que demostraba en todo lo que hacía, a pesar de su fuerte carácter que le llevaba a indignarse, incluso con violencia, cuando se enfrentaba a realidades cotidianas de un mundo que le hubiera gustado cambiar. Me contaba Cristina que una mañana, al poco rato de haber salido para su paseo matutino hacia el Carmen de los Mártires, se volvió a buscarla para que viniera con una escoba a barrer y recoger los trozos de una botella que algún desaprensivo había dejado caer, dejando pequeños cristales desparramados por el suelo.
– Pero, don Manuel, ya lo recogerán los barrenderos que se pasan por aquí cada mañana... y si no, ya pasaré yo luego cuando termine, usted no se preocupe.
– No, no, debes recogerlo todo ahora, que no quede ningún cristalillo por el suelo ¿no ves que por aquí pasan muchos chiquillos descalzos y se los pueden clavar? Anda, bárrelo bien y luego sigues con lo que estés haciendo, que esto no puede esperar.
Tal era el cúmulo de infinitos matices que su personalidad pequeña y enjuta –se libró del servicio militar por estrecho de pecho– atesoraba: era osado y exigente, de convicciones muy firmes, de una conciencia artística unida a una ética personal insobornables. Gran trabajador, escritor e investigador de todo lo que concernía a su trabajo como compositor y como músico; austero y perfeccionista, de moralidad intachable y a toda prueba, le decía a su discípulo predilecto Ernesto Halffter: ... “todo lo que puede ser mejorado no está terminado..” Y así repasaba una y otra vez sus pentagramas, tratando de trasladar a ellos, con la mayor fidelidad posible, las melodías y ritmos populares de la música andaluza, tan difícil de escribir, sobre todo cuando se trata del “cante jondo”, que abarca una gama tan enorme de diferentes alturas dentro de un mismo tono, ofreciendo al oyente “una lluvia de ritmos, de modalidades, de floreos, rebeldes y reñidos a toda la gráfica...” que los más avezados compositores han sido incapaces de transcribir. Pero más que la literalidad del detalle de lo auténticamente popular, Falla buscaba, casi de forma obsesiva, el espíritu que hacía latir y daba vida a nuestra música, y, vive Dios que lo encontró, pues toda su obra es esencialmente española, puramente nacionalista, como correspondía a su época, creándose su propio estilo absolutamente original, que le hace sobresalir por encima de otros contemporáneos suyos, tan importantes como Albéniz, Granados o Turina.
Dice Andrés Ruiz Tarazona en su libro Manuel de Falla, un camino de ascesis : “La obra de Manuel de Falla es un ejemplo admirable de depuración técnica y estética a partir de las premisas de su maestro Felipe Pedrell, los consejos de Isaac Albéniz y los hallazgos de Claude Debussy. Esto ha quedado patente en su ópera “La vida breve”, en las “Piezas españolas” para piano, en las “Canciones populares” y en “El amor brujo”, hasta alcanzar la estilización ascética y la expresividad descarnada de “El retablo de Maese Pedro” y del “Concerto de clavicémbalo”
Entre esas altas cotas de arranque y esas cimas finales, Falla ha sabido dar los pasos necesarios: la evocación impresionista de las “Noches en los jardines de España” y el moderno y brillante ropaje orquestal de “El sombrero de tres picos”. Todo ello dentro del más riguroso tratamiento de lo popular, con una maestría técnica y un acierto instrumental realmente prodigiosos”.
...“Falla es eso, conciencia y espíritu de perfección”, decía su amigo y profundo admirador Federico García Lorca.
Vino a Granada por segunda vez y decidió quedarse “buscando silencio y tiempo” en 1.919, a los 43 años de edad, tras la muerte de sus padres y acompañado de su hermana Mª del Carmen, que ya no le dejó y le sirvió fielmente hasta su muerte. Granada fue su segunda patria chica, soñada desde Cádiz en su juventud a través de los libros, los grabados románticos y los numerosos testimonios de los viajeros alhambristas y, aunque aquí continuó su ritmo ajetreado de trabajo, de viajes y giras por Europa –París sobre todo, Londres, Roma, Venecia, Zurich... –supo también rodearse de paz y de silencio: “Granada es mi lugar de trabajo –decía– pero yo viajo demasiado... Una vez al año hago una cura de soledad en una pequeña ciudad de Andalucía (se refiere al pueblo de Lanjarón, en la Alpujarra granadina), no hablando con nadie durante diez o doce días; así me preparo para trabajar”.
Falla llega a la ciudad de sus sueños y se instala primero en la Pensión Alhambra, pero las habitaciones eran muy frías, orientadas al Norte y su estado de salud se resintió, por lo que poco después se traslada a la Pensión Carmona, desde la que puede disfrutar del sol y del hermoso paisaje de la Sierra a través de su ventana. Muy cerca y en la misma calle que las anteriores, la calle Real de la Alhambra, estaba (y todavía existe hoy) la célebre taberna del “Polinario” en la que el patrón, don Antonio Barrios, padre de Ángel, reúne a lo más selecto de los guitarristas y cantaores del cante grande. Por allí pasaron Glinca, Zuloaga, Rusiñol... y allí iba también el joven Federico García Lorca a charlar sobre música y cante con don Manuel. En una de esas tertulias fue cuando la gran Karsavina se arrodilló junto a la fuente del patio exclamando: “Quiero tener entre mis manos el corazón de esta fuente para transportar sus latidos a mis danzas”. Don Manuel decidió quedarse en la ciudad del Darro y de la Alhambra y le pidió a su amigo Ángel Barrios que le buscase alguna casa para trasladar sus cosas y venirse a vivir definitivamente a Granada.
Se instala en la Antequeruela Alta, en un pequeño carmen orientado hacia el curso del sol, muy cerquita de la Alhambra, encuentra por fin la casa ideal para vivir junto a su hermana los años felices de Granada. Calzado con altas botas y acompañado de sus amigos Federico, Manuel Ángeles Ortiz, Andrés Segovia, Santa Cruz, Torres Balbás, García Gómez y Cerón, entre otros, escala las cumbres de Sierra Nevada, pues la montaña era una de sus aficiones predilectas, tanto como los paseos que diariamente le llevan a la Alhambra, al Generalife o al Carmen de los Mártires, el viejo convento donde, siglos antes, un alma gemela a la suya, San Juan de la Cruz, había escrito su “Llama de amor viva”; allí contempla con reverencia el cedro que es tradición plantó el santo. También recibe numerosas visitas en su casa, amigos y admiradores de todo el mundo, que hacen del carmen de la Antequeruela el centro de la vida intelectual de la ciudad.
Son unos años de intenso trabajo, de viajes, de éxitos, de alegrías y sufrimientos que compensaba recluyéndose en su casa, o yéndose a Lanjarón, asistido siempre por el cariño fiel de su hermana. A través de una austeridad y estoicismo buscados, conseguía estados de auténtico misticismo, que le daban fuerzas en medio del sufrimiento moral que supusieron primero los sucesos revolucionarios de 1.931 y más tarde el estallido de la guerra civil española. Se enteró, sin poder hacer nada para evitarlo, a pesar de sus angustiosas pesquisas, del asesinato de aquel genio lleno de vida que él amaba entrañablemente: Federico García Lorca. Don Manuel cayó en el lecho afectado de una fuerte descalcificación, hemorragias intestinales y artritis tuberculosa; era un manojo de huesos mantenido solamente por su ideal de perfección artística, por la obra que tenía emprendida y que quería dejar para la posteridad, al igual que le ocurriera a Beethoven tras su famoso testamento de Heiligenstad.
Tras veinte años de estancia en nuestra ciudad, a fines de Septiembre de 1.939, Falla acepta la invitación que le hacen desde Argentina para dirigir unos conciertos de música española. Los dos hermanos dejan Granada para siempre y se embarcan desde el puerto de Barcelona hacia Argentina. La gran metrópoli de Buenos Aires les asusta y, terminados los conciertos se instalan en Alta Gracia, en la provincia de Córdoba, de donde ya no volvería viva su delicada personalidad. Inmediatamente después de su muerte el 14 de Noviembre de 1.946, se avisó a la embajada española en Argentina desde donde enviaron al doctor Pedro Olivares, el médico que embalsamó el cadáver de Eva Perón: “El cuerpo de Falla era muy delgado, pero su rostro transmitía una gran sensación de placidez y felicidad” dijo el doctor que lo dejó todo preparado para su traslado a España, donde sus restos recibieron cristiana sepultura en la catedral de Cádiz.
“Muchas veces siento la impresión de estar en una región aún no conocida de España -decía Falla en una carta desde “los Espinillos”, su casita argentina rodeada de un jardín con pinos y cipreses- Claro que esto no disminuye nuestro deseo de volver a la Patria como, Dios mediante, haremos en cuanto pase esta tremenda nube de la guerra, que tanto me hace sufrir y que yo creo contribuye en gran parte a sostener mis males.”
Le dolía profundamente España y se acordaba a diario de su Patria y sus amigos, de sus paseos matinales por la Alhambra y la hermosa vista de la ciudad desde su balcón de la Antequeruela, pero el comienzo de la segunda guerra europea le hizo desistir definitivamente de volver. Su enfermedad y su dolor por los horrores de la guerra eran demasiado hondos, y una mañana, días antes de cumplir los 70 años, no respondió a la llamada de su hermana, que lo encontró dormido dulcemente en su cama, agotado por sus achaques y enfermedades, reales o imaginarias, pero más que nada por la aguda nostalgia de su Patria, de su Granada querida, que ya le había dado para siempre “armonía y eternidad”.
María Angustias Carrillo de Albornoz.
DECLARACIONES DE MANUEL DE FALLA PUBLICADAS EN LA REVISTA “EXCELSIOR”
Reproducidas en la “Revue Musicale”
París, Julio de 1925
– Granada es mi lugar de trabajo, pero yo viajo demasiado, desgraciadamente, y viajando se pierde el tiempo. Una vez al año hago una cura de soledad en una pequeña ciudad de Andalucía, no hablando con nadie durante diez o doce días: así me preparo para trabajar.
– Estoy absolutamente entregado a la música y la música es necesario vivirla, llevarla en sí, porque la formación de la obra musical es un poco como la creación del ser. Pero es necesario tiempo. Se la ve formarse de una manera natural... ¡es algo tan misterioso la música! A mi entender, la música es el arte más joven, y dentro de dos o tres siglos se pondrá de manifiesto que nosotros no hacemos sino comenzar.
La vida social es cada día más complicada y por esto el artista debe aislarse. No tenemos primitivos de la música como los hay en la pintura: la del siglo XVIII es de un primitivismo relativo y sus valores fueron perdidos, olvidados o desdeñados hasta el final del siglo pasado.
– Los elementos esenciales de la música, las fuentes de inspiración, son las naciones, los pueblos. Yo soy opuesto a la música que toma como base los documentos folklóricos auténticos; creo, al contrario, que es necesario partir de las fuentes naturales vivas y utilizar las sonoridades y el ritmo en su substancia pero no por lo que aparentan al exterior. Para la música popular de Andalucía, por ejemplo, es necesario ir muy al fondo para no caricaturizarla.
– Yo creo en una bella utilidad de la música desde un punto de vista social. Es necesario no hacerla de manera egoísta, para sí, sino para los demás... Sí: trabajar para el público sin hacerle concesiones: he aquí el problema. Esto es en mí una preocupación constante. Es necesario ser digno del ideal que se lleva dentro y expresarlo, estrujándose: es una substancia a extraer y algunas veces con un trabajo enorme, con sufrimiento... y luego ocultar el esfuerzo, como si fuese una improvisación muy equilibrada, con los medios más simples y seguros.