Los restos arqueológicos que han aflorado en algunos puntos de la ciudad, nos ofrecen noticias sobre los influyentes linajes e individuos ilustres, que la habitaron en los primeros siglos de nuestra Era.

Granada se llamaba en época romana Ilíberis, o más exactamente, “ Municipium Florentinum Iliberitanum” una ciudad importante, que ostentaba la categoría de municipio según el derecho latino y sus ciudadanos se beneficiaban de unos privilegios bastante destacados en el conjunto de Hispania y el Imperio.

La ciudad antigua ibérica se había integrado en el mundo romano con pleno derecho, ya desde la guerra civil entre Pompeyo y César y fue Julio César precisamente el que le otorgó los privilegios que dieron prestigio a la ciudad como “ municipium latinun ”. Sin embargo, las tradiciones y costumbres autóctonas perduraron en una interesante síntesis.

Los estudiosos que se han ocupado del asunto, como el profesor Mauricio Pastor Muñoz, afirman que la ciudad llegó a brillar con luz propia en los albores de nuestra Era, participando en la vida del Imperio y sobre todo, dando vida a importantes personajes que destacaron con sus obras y prestigio más allá de la provincia.

Hemos podido reconstruir la historia de alguno de aquellos ciudadanos, merced a los testimonios que dejaron de ellos sus contemporáneos, en lápidas, estatuas, inscripciones, que han ido apareciendo en el fecundo subsuelo granadino a lo largo de los siglos en diversos puntos de la ciudad: en el Albaycín, en el perímetro de la Alcazaba Cadima, en el convento de los Mártires, en el Sacromonte, Cercado Alto de Cartuja, calle Alhóndiga, San Antón, en el Zaidín, los Vergeles, y tantos otros sitios.

Tales inscripciones nos ofrecen noticias que nos sirven para reconstruir la trayectoria vital de algunas de las familias influyentes que han pasado a la Historia por los hechos destacados que protagonizaron sus miembros. Una de las más numerosas fue la de los Cornelios, poseedores de extensos latifundios, que les proporcionaban la riqueza que les sirvió para que su prestigio y su influencia rebasaran los límites reducidos de la provincia, y así acceder a los grandes centros donde se asentaba el poder en el mundo. Ocuparon los más altos puestos y, agradecidos con la tierra que les vio nacer, quisieron aumentar sus riquezas, aportando importantes contribuciones de muchos tipos. Sus contemporáneos también agradecieron esa magnanimidad y, a su vez, erigieron monumentos en su honor; inscripciones y homenajes.

Los Cornelios

Los Cornelios llegaron a los más elevados puestos en la administración romana, como es el caso de Publio Cornelio Anullino, que fue cónsul en Roma en 176-178 d.C., procónsul en las provincias de África y Bética, propretor en Siria, tribuno de la plebe en Roma, entre otros honores. Uno de los cargos más importantes que ejerció en la capital del Imperio es el de “curator alvei et riparum Tiberis”, es decir, encargado de la custodia del cauce y de los márgenes del Tíber, curioso cargo que comportaba gran influencia. Su hijo, que también se llamaba Publio Cornelio Anulino, hizo una brillante carrera, ocupando cargos de tipo religioso, como el Salius Palatinus, más tarde augur en el año 201 y cónsul quince años más tarde.

Uno de los personajes más interesantes relacionados con esta familia, que también llevaba el apellido Cornelio fue Publius Cornelius Perseus y sabemos de su existencia por una inscripción encontrada en la Alambra. Su origen era greco-oriental, es decir que no había nacido en Iliberis y fue esclavo, al servicio de la familia Cornelia. En algún momento obtuvo la libertad y probablemente con el apoyo de sus influyentes patronos llegó al gobierno del municipio. Debió reunir una sustanciosa fortuna en el comercio, tal como sucedía con los esclavos y libertos en todo el imperio, que se encargaban de los oficios y las actividades mercantiles. Su condición de hombre rico le permitió pasar a la historia, gracias al agradecimiento de sus conciudadanos, que grabó su nombre en piedra pues, mientras desempeñaba el cargo de sevir municipalis reconstruyó a sus expensas el foro y la basílica de la ciudad, es decir, los edificios más nobles y sin que le costara el dinero a la ciudad de entonces.

La familia Cornelia contó también con miembros cuyos horizontes de ascenso social se quedaron en los límites provinciales. Tal es el caso de Publio Cornelio Calico, que vivió en una villa campestre cerca de la ciudad, concretamente en los terrenos de la que en la actualidad conocemos como –casería Titos-. Sabemos que fue duunviro en Ilurco, la actual Pinos Puente, pero lo que más lo distingue es que ofreció su devoción a una diosa cuyo culto no se ha documentado en toda Hispania, llamada Stata Mater, probable advocación a la diosa Madre, relacionada con la extinción del fuego, o protectora del amor.

Los Valerios

Entre las mujeres de la familia Cornelia, conocemos el nombre de Cornelia Severina, esposa y madre de senadores romanos, que emparentó con otra familia importante, la de los Valerios, no menos ilustre y destacada.

La posición alcanzada en la Administración imperial facilitó la colocación de sus descendientes en puestos señalados. Así, su hijo, Quinto Valerio Vegeto, fue cónsul y senador durante el reinado de Domiciano, en torno a los años 90 d.C. Se cuenta que su casa en el Quirinal romano estaba construida al estilo de su tierra natal, más o menos como un carmen albaycinero, lo cual llamaba la atención en la sofisticada Roma. Se casó con Etrilia Afra, una rica terrateniente, oriunda de Tucci (la actual Martos, en Jaén), incrementando con ello notablemente su patrimonio, lo cual sin duda le sirvió de gran ayuda para su ascenso social en la capital y facilitó el que su hijo, que igualmente se llamaba Quinto Valerio Vegeto, accediese al cargo de cónsul con Trajano en el 112 d.C.

La familia continuó destacando en Roma, ya que una tercera generación, representada por Lucio Mumio Severino Caucidio Tertulo, llegó al consulado en Roma en el 127 d.C. y mandó construir un acueducto cerca de Viterbo, el aqua vegetiana, en homenaje a su familia. El hombre tuvo problemas fiscales y sus bienes fueron confiscados en tiempos del emperador Marco Aurelio.

Quinto Cornelio Valeriano, emparentado con las dos familias mencionadas también pasó a la historia de Iliberis como un notable militar perteneciente al rango de los caballeros. Fue uno de los 15 jueces que había en las cinco decurias de Hispania y estuvo al mando de unidades del ejército en diversos lugares. Su hijo Quinto Cornelio, le siguió en la carrera militar y costeó la lápida que en su honor erigieron los decuriones de Iliberis. Padre e hijo, tras una carrera brillante en el ejército romano, regresaron a su ciudad natal, para ocuparse de los asuntos municipales, como miembros activos de la oligarquía local.

Otro Valerio emparentado con la familia Cornelia fue Publio Valerio Lucano, que levantó una estatua de homenaje a su esposa Cornelia Corneliana, acompañada de una inscripción que apareció en la Alcazaba Cadima.

También los Valerios contaron con libertos agradecidos, como Prima y Verna, que recordaron en la correspondiente inscripción a sus amos Valerio Leto y Valerio Vetusto.

Del libro “Nueva siluetas granadinas”

César Girón y Mª Dolores Fernández-Fígares