Haciendo el delirio de la chiquillería, por dos veces desfilan en las fiestas del Corpus granadino, la tarasca, los gigantes y los cabezudos incluidos en el cortejo municipal durante el paseo, y en la mañana del Día del Señor acompañando a la Custodia.
La Tarasca, figura de doncella que representa la moda del año montada sobre un dragón, supone el respeto a una tradición que se remonta a la antigua Mesopotamia según algunos autores y que simboliza la victoria de la bella sobre la bestia. La Tarasca es un elemento indispensable en la procesión del barroco, época en la que se incorpora, sin la cual no podrían ser entendidas las fiestas en Granada. La Tarasca es un monstruo símbolo del mal que históricamente puede adoptar la forma de serpiente o dragón, e incluso en algunos lugares de sirenas o sátiro, al que es preciso aniquilar dada su extrema maldad, sin perjuicio de que en algunas ocasiones se erija en defensor de la Eucaristía contra sus enemigos, precisamente por esto es tradicional su enfrentamiento con el público que lo rodea como en el caso de la villa francesa de Tarascón o como tradicionalmente ocurría en Granada. Asimismo, está lejos de tener un único significado, pues para algunos es un emblema de origen desconocido que tiene el propósito de ridiculizar las extravagancias humanas expresadas a través de la moda, mientras que para otros significa una representación del triunfo de la humildad sobre el lujo mal entendido. En definitiva “el triunfo del bien sobre el mal representado por la victoria de la bella sobre la bestia”. Para comprender la dimensión histórica y universal de la Tarasca, es preciso acudir a la fuente de la fiesta de la Tarasque de Tarascón (Francia), que algunos han hecho entroncar con antiguos festejos del tiempo de los druidas, pero que en realidad nace de una leyenda en la que un animal extraordinario y malvado que vivía en una cueva cercana a la ciudad fue vencido por Santa Marta, que había arribado a las costas francesas proveniente de Tierra Santa, logrando con esta victoria la conversión de todos los habitantes de la ciudad al cristianismo.
La Tarasca es acompañada por los Gigantes, que en el caso de Granada se dice que eran siete, ocho o diez, según las versiones, si bien lo más característico es que fuesen tan solo siete, representados por titanes o tifeos que podían ir andando o sobre fingidos caballos de cartón, que escenificaban simbólicamente septenarios famosos, como los siete pecados capitales, las siete maravillas del mundo, las siete ciudades apocalípticas –Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea-, los siete sabios de Grecia o los siete enamorados –Adonis, Narciso, Leandro, Orfeo, Paris, Príamo y Atis-. En la actualidad forman parte del cortejo tan solo cuatro gigantes que escenifican el pasado musulmán de la ciudad y la actualidad cristiana, efigiando para ello a los reyes moros, Boabdil y Moraima, y a los cristianos Fernando e Isabel.
Los Cabezudos, antiguos diablillos aludidos pro Fray Francisco Tomás de Cardera en 1765, simbolizan el demonio vencido por Jesucristo, siendo encarnados por muchachos vestidos de muy diversas maneras, los cuales se colocan sobre sus hombros enormes cabezones realizados en cartón piedra, que representan, como ha ocurrido siempre, a personajes populares de Granada como Chorrojumo, Birolio, el Andarín de Colomera o Paniolla, por citar algunos. Estos elementos simbólicos del cortejo son los que más disfruta la chiquillería, pues entre ella se abren paso a mamporros de vejigas y con fugaces carreras.
Finalmente otros elementos de profundo simbolismo incluidos en el ceremonial del Corpus y que no merecen ser olvidados, son las Danzas, que anteriormente acompañaban al Santísimo bailando ante el mismo, recordando el baile de David ante el Arca según relata Cardera en 1765, lo que serviría para explicar la incorporación de la Música a la Procesión del Corpus.
A título anecdótico y como dato histórico es preciso señalar cómo los gigantes y las danzas fueron prohibidas por el Rey Carlos III mediante una Real Cédula del año 1780, ya que su presencia en la procesión formando parte del cortejo sólo servía, según se justificaba, para “aumentar el desorden y distraer o resfriar la devoción de la Majestad divina...”.
Miscelánea de Granada
C-G.