Cuando la Alhambra no era más que una pequeña fortaleza aupada a lo alto de la Sabika y no existían los palacios nazaríes, el primer rey zirí,...
..., Almanzor Abu Mozni, decidió ubicar su corte en la colina del Albaycín, desde la que consolidó su recién fundado reino. En el lugar donde estaba la llamada casa de la Lona estuvo el palacio Real de la primera dinastía granadina, el mítico Dar-al-Roc o casa del Gallo de Viento, en cuyos alrededores, ocupando los terrenos de la antigua basílica y foro de Garnata, se levantaron soberbios y espléndidos alcázares, suntuosos edificios públicos y privados y gran número de templos islámicos, del que el más importante fue sin duda la Mezquita Mayor del Albayzín, que en sí revela el carácter de ciudad aparte que siempre el barrio morisco tuvo respecto de la medina de Granada y que aún conserva.
El esplendor del Albayzín era inmenso; así lo relatan las crónicas de todos los tiempos y lo dejan adivinar los numerosos vestigios que de él se conservan como parlanchines mudos que esquina a esquina, calle a calle y plaza a plaza, se encuentran diseminados por el barrio. Un núcleo de población abigarrado y una constante actividad de comercio e industria florecientes se concentraron en el Albayzín, siendo tal la riqueza que se guardaba en la casa del Gallo de Viento, que se cuenta que cuando Yusuf Ibn Texufin entró en sus dependencias quedose absorto y deslumbrado ante su magnificencia.
Pero el esplendor del Albayzín fue supremo durante el tiempo de la dinastía zirí, no lo fue menos durante las épocas siguientes, en particular, durante la floreciente dinastía nazarita que lo llenó de palacios y suntuarias casas de la nobleza granadina. La ciudad musulmana se llenó de barrios, algunos tan importantes como el rabad Mauror o el rabad al-Faharin, pero ninguno arrebató al Albayzín su preeminencia urbana. Incluso fue durante los agónicos años finales de la dinastía nazarí cuando el Albayzín fue más ciudad aparte que nunca, con su propio rey independiente, pues si en la colina de la Alhambra era Muley Hacen –Abul Hassan- el primero de los musulmanes, en la colina de enfrente, en el Albayzín, era alabado como Sultán el joven Abu Abddillah –Boabdil- .
Con la rendición de Granada y el advenimiento del dominio cristiano el barrio entró en un proceso que lo conduciría a un tardío letargo, pues si bien es cierto que durante los siglos XVI y XVII, continuó focalizando en gran parte la vida de la ciudad, ya no gozaría de su ancestral hegemonía puesto que otros barrios nacidos en la medina de Granada se irían convirtiendo poco a poco en los auténticos centros comerciales y culturales que centraban la vida de Granada, que en cierta forma desdeñaba del Albayzín por sus orígenes islámicos, de los que en el siglo XVII eran clara manifestación el gran número de moriscos que en él continuaron habitando hasta su definitiva expulsión a principios del siglo XVII, en 1613.
Pero el Albayzín continuó siendo esa medina aparte, autosuficiente e indómita que en realidad hasta hace muy poco ha sido; un núcleo que permaneció mudo mientras Granada era redescubierta por los viajeros románticos del XIX que la dieron a conocer al mundo entero mientras en el barrio morisco la vida continuaba igual que había sido desde hacía varios siglos, siempre en torno a la dinámica impuesta por la acequia de Aynadamar y los numerosos aljibes diseminados por sus calles y plazas. El Albayzín fue ajeno –afortunadamente- a los delirios de progreso y modernidad de la floreciente “burguesía del azúcar” que no dudó en construirse la Gran Vía, una calle mimética de las que se veían en Madrid, Barcelona o en el lejano París, por la que pasear con sus lujosos carruajes para ser vistos, sin pararse a pensar que para ello habrían de destruir una de las zonas más interesantes que nos legó la ciudad de los tiempos, desoyendo las peticiones de clemencia y cordura de algunos intelectuales encabezados por Ganivet.
Sin embargo, en siglo XX y más concretamente en los últimos años, ha sonado el aviso de muerte para el Albayzín; despoblado por sus habitantes, de los oficios artesanos que estos desarrollaban, secos sus aljibes, ruinosos sus campanarios, destruidas de manera metódica sus casas centenarias e invadido por falsos comerciantes que han ocupado todos sus rincones tratando de traducir en dinero sus maravillosas vistas aunque para ello deban de atentar contra su estética de toda forma imaginable, el barrio ya no es el mismo con el que soñaran miles de gentiles desde Ibn Battuta y Münzer hasta Apperley, sólo es su espectro que levita sobre los restos de su esqueleto.
Desde que leí hace años la alocución al Albayzín de Federico García Lorca, he considerado que nadie debería de haber tratado nunca más de describir el barrio Y no por que no se merezca ríos de tinta, sino porque Federico retrató lo que el Albayzín era y lo que debería de haber seguido siendo siempre, de modo que si nada más se hubiese escrito sobre él y si se hubiese tomado el escrito de este granadino universal como una receta, seguramente no habría sido necesaria la búsqueda de su declaración como Patrimonio del la Humanidad, que “afortunadamente” llegó en noviembre de 1994. Pues este reconocimiento de la UNESCO, que bien venido sea pero que hasta ahora para poco ha servido, no es sólo un galardón, sino también una medida de protección contra las pertinaces conductas atentatorias que sistemáticamente han venido produciéndose contra el patrimonio del Albayzín en los últimos años; la voz y el alma reclama el cese de la locura… No obstante, a pesar de que cada vez son más los oídos que oyen este clamor, el Albayzín agoniza y morirá, so pena de que de manera decidida se haga algo. Hoy el Albayzín ha perdido toda su hegemonía –salvo la histórica- y sólo le quedan recuerdos de un pasado esplendoroso que conviene conocer para no olvidar lo que este barrio fue: “gran parte de la historia de nuestra ciudad”.
Miscelánea de Granada