No emplearemos esta oportunidad para hacer mención de la vida de este personaje extraordinario, ni de sus notables conocimientos que han abierto nuevos horizontes a la ciencia de su siglo y los siguientes.
Solamente nos dedicaremos a la idea del alma, que aparece en muchos de sus escritos, pero no con la suficiente claridad como para poder discernir de inmediato cuál es el significado que le concede.
Una vez más hay que dejar constancia que la traducción de las obras de Paracelso entraña una gran dificultad, por varios motivos. En parte, porque estamos ante el lenguaje del siglo XVI, de un alemán que no es igual al actual. En parte porque el filósofo emplea a propósito un lenguaje adecuado solamente a quienes puedan comprenderlo, que si no es decididamente esotérico, sí al menos es simbólico. En parte porque la riqueza de conceptos que maneja Paracelso no encuentra sinónimos en las lenguas presentes. Y en parte porque designa la misma idea con variadas expresiones, que hay que saber encajar dentro del contexto.
Las diversas traducciones que existen no siempre coinciden, ni tampoco los comentaristas, que a veces exageran el aspecto crítico de una obra que comprenden a medias, o que, al contrario, demuestran la profunda admiración que sienten ante su genio.
Con los textos originales traducidos al castellano en su versión de 1945, y algunos comentarios de la traducción francesa y alemana, junto a nuestras propias apreciaciones, abordamos el tema del alma en Paracelso.
La Constitución humana
Antes de centrarnos en el alma, es preciso señalar que para los filósofos de la antigüedad, y por consiguiente para los renacentistas, el ser humano no es una unidad indivisible, sino que está configurado por varias formas de expresión, cuerpos o planos.
La simplicidad de la mayor parte de las teologías, ha reducido al hombre a dos componentes básicos: cuerpo y alma, o cuerpo y espíritu, pero esto no basta para completar la riqueza de matices que se presenta en la realidad.
Al contrario: esta doble expresión ha creado muchas malas interpretaciones, porque no cabe más posibilidad que la de adjudicar al cuerpo múltiples significados, según las circunstancias. Y no hablemos de la variedad de significados que se le atribuyen al término “alma” o “espíritu”. Hoy es habitual hablar del “espíritu de un vino”, o del “espíritu de una empresa”, por citar un par de ejemplos, sin por ello referirse en absoluto a la espiritualidad.
Paracelso también habla de cuerpo y espíritu cuando explica las formas de enfermedades y los remedios que deben aplicarse.
Pero es muy importante entender que utiliza la palabra ESPIRITU en un sentido muy amplio, y según el tema que trate, o el párrafo en que aparezca, puede tener diferentes significados.
Digamos que, en general, Espíritu se refiere a todos los principios o cuerpos invisibles del hombre, en contraste con su cuerpo físico que puede apreciarse a través de los sentidos. Y, en algunos casos particulares, ESPIRITU puede referirse tanto a la vitalidad del cuerpo como a la chispa más elevada que procede de Dios.
Sirva como ejemplo de la variedad de planos humanos de manifestación, más allá de su aspecto físico, que el Talmud contiene unas setenta y dos expresiones diferentes para los principios inmateriales del hombre.
Siguiendo a los autores latinos clásicos, a los que Paracelso parece adherirse, la constitución humana sería la siguiente: un cuerpo físico visible y seis invisibles.
Los Cuerpos invisibles del hombre
ANIMA: se aplica a la parte del “fluido universal” que posee cada hombre. También se le suele llamar “fluido vital”; los hebreos lo denominan “Nephesh”, y para la filosofía oriental es “prana”, en sánscrito.
ANIMUS: este principio se localizaba en el corazón y en el plexo solar, considerados como “centros” humanos. El “animus” es lo que produce el coraje, el valor, el heroísmo, y en general el arrojo y la impetuosidad en las grandes empresas. Es un conjunto psíquico de nobles sentimientos que se asemeja en todo al principio “astral” o al “linga sharira” sánscrito de la filosofía oriental. Entendemos que también da cabida a otros sentimientos y emociones no tan elevados, pero que también se alojan en el “corazón”.
INTELLECTUS: es el entendimiento humano, el intelecto tal como se expresa en sánscrito con el término “kama-manas”, una mezcla de racionalidad y emotividad inseparables. No es la Inteligencia en el amplio sentido de la palabra, sino apenas una sombra de ella.
RATIO: no es tampoco lo que en la actualidad se interpreta por “razón”. Es mucho más que razón: es la más elevada propiedad del hombre pensante, es el principio iluminador del entendimiento, que busca la verdad pura, y que percibe los conceptos en su máxima sutileza. Para la filosofía oriental es “Manas”, la Mente pura, sin las complicaciones que traban al intelecto o entendimiento.
MENS: es lo más similar al “Alma” de las teologías cristianas. En cierta forma dirige a la Ratio y al Intellectus, pero va más allá porque puede prescindir del estudio intelectual y racional, para percibir la luz de la verdad a través de la intuición y la contemplación. En sánscrito recibe el nombre de Budhi, el vehículo de la iluminación y el que puede acercarse a la Deidad con mayor propiedad. Obsérvese que en las antiguas filosofías y durante el Renacimiento, para referirse a Dios se lo hace a través de la “Mente Divina” y no del “Anima Divina”. Por desgracia, la arcaica raíz de la palabra “Mens” se ha confundido en las lenguas actuales con el entendimiento racional, en derivaciones tales como “mente”, “mentalidad”, etc.
SPIRITUS: es el Gran Soplo, la Chispa Superior, el principio que mantiene en equilibrio a todos los demás. Es la Voluntad a la que tantas veces hace mención Paracelso. Es el “Atma” de los filósofos orientales.
A todo lo anteriormente expuesto, hay que agregar la idea de que el hombre es una parte del Universo y que, por lo mismo, está sujeto a sus mismas leyes, constituyendo un Microcosmos dentro del orden superior o Macrocosmos.
Las Enfermedades y sus raíces
Para acercarnos más al concepto de Alma, hay que revisar rápidamente lo que son las Entidades que, según Paracelso, producían las diferentes formas de enfermedades.
Estas Entidades, cinco en total, son los orígenes que engendran todos los males pasados, presentes y futuros. Desde el principio advierte a los médicos que algunos de sus predecesores concebían este quíntuple principio como uno solo, al que llamaban “soplo vital”.
Sin embargo, las entidades son cinco y cinco son, por consiguiente, los tipos de enfermedades que hay que reconocer para poder curar.
Dos de estas Entidades se refieren directamente al cuerpo físico. Otras dos a los cuerpos sutiles. Y una tercera es mixta.
La mixta es la entidad Astral, que se refiere a la esencia y fuerza que encierran los astros y la manera en que éstos influyen sobre los hombres.
Las entidades que afectan al cuerpo son: la de los venenos o tóxicos que alteran el equilibrio de la salud; y la natural que debilita y desgasta el cuerpo por el simple hecho de vivir, así como los excesos y abusos a los que lo sometemos.
Las entidades que afectan a los cuerpos sutiles son: la que proviene de los propios espíritushumanos, que se afectan unos a otros; y la de Dios, en la que está la causa de todas las enfermedades como enlace kármico que une las diversas vidas de un hombre.
Es en la descripción y estudio de la entidadde los espíritus donde vamos a encontrar las más claras referencias al Alma, entendiendo que Paracelso utiliza, según los casos, uno u otro de los principios inmateriales.
En todo caso, puede apreciarse que elAlma abarca el principio psíquico y el intelectual, mientras que el espíritu, en su más elevado aspecto, se reserva a la voluntad.
Las Entidades Espirituales
Paracelso comienza por definir la entidad espiritual como una fuerza o potencia cuyo cometido es maltratar al cuerpo propio o ajeno con todo tipo de enfermedades.
No es una “entidad espiritual” independiente como un demonio o similar, sino que es producto de nuestros sentimientos y pensamientos; es el alma que poseemos mientras vivimos, y no la que se libera del cuerpo después de la muerte.
El alma puede producir enfermedades de la misma manera en que lo hacen los tóxicos y la vejez, y lo hace tanto en el cuerpo, de manera visible, como en los planos invisibles e impalpables del hombre. El espíritu (es decir, estos cuerpos impalpables) puede sufrir, tolerar y soportar las mismas enfermedades que el cuerpo; se entiende, pues, que el aspecto vital, el psicológico y el mental de los hombres pueden padecer enfermedades tal como el cuerpo físico.
Más aún: “Allí donde sufre el espíritu, el cuerpo sufre también y el cuerpo puede mostrar las perturbaciones del espíritu”.
Veamos la forma en que Paracelso emplea el término “espíritu” para denominar, ya sea el aspecto vital, el emocional o el racional, según los casos.
“El espíritu de cada cuerpo es sustancial, visible, tangible y sensible para los demás espíritus...”. En este caso está claro que se refiere al “fluido vital” o “prana”, ya que, al estar tan cerca y tan unido al cuerpo físico, es también substancial y tangible. La medicina actual puede medir ondas eléctricas y magnéticas del cerebro, cosa impensable hace un par de siglos atrás. Aquí, espíritu es cuerpo vital.
“Nuestro propio espíritu, por ejemplo, puede entablar conocimiento con el espíritu de otro hombre cualquiera... utilizan entre ellos un idioma propio... De todo ello puede resultar, como comprenderéis, que dos espíritus mantengan entre ellos afinidades, enemistades u odios y que el uno alcance a herir al otro...”.En este caso, el término “espíritu” se aplica a los principios psicológicos y mentales que acercan y alejan a las personas con amores y odios. Aquí, espíritu es alma, psiquis y mente.
“... los espíritus no están engendrados por la razón, sino por la voluntad... De la razón nace el alma y no el espíritu, el cual es obra exclusiva de la voluntad”. En este párrafo, el “espíritu” se eleva un grado más, y comprende la “mens” iluminadora y la voluntad superior. Aquí, espíritu es Voluntad.
Y podríamos agregar más aún: “... el espíritu será del mismo grado que haya alcanzado la voluntad. Tened así por cierto que todos los que vivan en la voluntad, poseerán un espíritu.”.
Las enfermedades del Alma
Si se le confiere al término “espíritu” el carácter de “alma”, es decir, psiquis y mente inferior, Paracelso asegura que los espíritus -o las almas- pueden acarrear enfermedades a los cuerpos de dos formas diferentes.
Una de ellas es cuando las almas luchan entre sí y se hieren recíprocamente, estimuladas por su enemistad, o tal vez, por la influencia de alguna otra enfermedad que lleva a la violencia destructiva.
La otra forma es el mal que cada uno puede ocasionarse a sí mismo como consecuencia de los pensamientos y sentimientos de odio hacia otra persona. Y cuando el fuerte deseo de hacer daño se vuelve reiterativo, no sólo se castiga a sí mismo, sino también al cuerpo del individuo mal querido.
En este sentido, Paracelso precisa las diferentes maneras en las que un espíritu puede dañar a otro, o se pueden dañar mutuamente entre ambos. Señala las acciones de la “mala voluntad”, es decir una voluntad espiritual oscurecida y lentificada por los deseos de odio; los efectos propios de la nigromancia, de los maleficios y de los sueños. Son muchas las fórmulas posibles de herir con el alma, tanto a las almas como a los cuerpos.
Es interesante el valor que le concede a la “mala voluntad” como triste reflejo de la Gran Voluntad. La mala voluntad es la que incita a luchar contra otra persona. En principio, lo que se hiere es el alma de esa otra persona, dejando una huella de pena o sufrimiento, aunque la herida también puede manifestarse en males corporales.
“Cuando los espíritus(almas)se traban en una de estas luchas, acaba venciendo siempre aquello que más ardor y vehemencia ha puesto en el combate. Según este principio, debéis comprender que en tales contiendas han de producirse heridas y otras enfermedades no corporales”.
Podríamos pensar que, en estas circunstancias, todos estaríamos sujetos a padecer males del alma, sea como consecuencia de nuestras propios estados inferiores de conciencia, sea por el mal que nos puede venir desde otros seres que nos detestan.
Sin embargo, Paracelso indica que nada de esto puede ocurrirle a “los hombres probos y honestos por la sencilla razón de que sus espíritus (almas) se defienden y protegen viril y enérgicamente...”.
Corroborando la importancia que el médico filósofo siempre le otorgó a la moral, vemos que para la salud del alma y del cuerpo, la honestidad juega un papel fundamental, ya sea frente a los demás o ante uno mismo. Para sí mismo, la moral constituye un escudo luminoso, y frente a los demás un escudo defensivo.
La moral viene a ser así una protección viril y enérgica. Viril por la fuerza de las virtudes. Enérgica por la fuerza de la Voluntad. Virtudes y Voluntad pertenecen a la esfera del espíritu superior, hacia donde el alma se dirige en sus múltiples viajes a través de las transmigraciones. He aquí una fórmula excelente para vivir y dejar vivir, es decir, para la convivencia, tal vez la más difícil de las pruebas a juzgar por el mundo en que vivimos.
Antonio Alzina