En la pequeña aldea de Deir el-Medineh, situada en la orilla occidental del Nilo, a 725 Km . al sur de El Cairo, vivieron los artesanos egipcios que durante casi cinco siglos fueron los artífices de las “Moradas de Eternidad” de los Faraones del Imperio Nuevo.

Excavadas en la roca a lo largo del desierto del Valle de los Reyes y de las Reinas, con un estilo propio y característico de la época, los artesanos de Deir el-Medineh no sólo diseñaban y construían las tumbas, eligiendo cuidadosamente el lugar más apropiado para comenzar a picar en la piedra la entrada e ir horadando la roca para el recinto sagrado que albergaría los restos mortales del Faraón, sino que también eran los autores de todo el ajuar funerario para amueblarlo, así como de las pinturas y los textos jeroglíficos con que decoraban las paredes. El propio Faraón era el que daba el “visto bueno” y las indicaciones oportunas al Maestro de Obras, jefe de los equipos de artesanos, con el que mantenía un estrecho contacto, yendo él mismo a inspeccionar el trabajo que realizaban cuando veía cercano el momento de su muerte o incluso, a veces, les hacía su encargo al acceder al trono, con vistas a que pudieran realizarlo con tiempo suficiente. Era de suma importancia para el soberano, como para todo el pueblo egipcio, que sus restos mortales quedaran retenidos en la tumba para siempre tras el período de rituales funerarios que se efectuaban después de la muerte, a fin de que su alma pudiera emprender libremente el viaje hacia la suprema realidad del más allá.

LA TUMBA : Punto de encuentro de dos mundos

La tumba era considerada por los egipcios como la vivienda o residencia del difunto y de ahí que se amueblara y decorara con sus objetos más queridos, pues era a la vez el soporte de la memoria terrenal y punto de encuentro entre los dos mundos, el de los muertos y el de los vivos. Una transición dramática que aparece en todos los textos funerarios, pues, si bien el difunto no puede contar más que con él mismo, con su propio esfuerzo y voluntad para lograr su destino y la liberación final, estos recintos sagrados que, como el interior de los sarcófagos, contenían textos escogidos del Libro de los Muertos, eran como una especie de “armadura” o escudo de protección, de “mapa” de una geografía celeste, cuyas indicaciones eran muy útiles al difunto y podían evitarle dificultades, sobre todo al comienzo de su itinerario por la oscuridad de los mundos inferiores hasta lograr la salida del alma a la luz de un nuevo día en la Tebas del Cielo.

Según todos los datos, los habitantes de Deir el-Medineh formaban una cofradía perfectamente organizada: dibujantes, canteros, pintores, carpinteros y todo tipo de obreros especializados, vivían con sus mujeres e hijos en este pequeño recinto amurallado protegidos por las autoridades de Tebas, que estaban obligadas por el Faraón a proveerles de todo lo necesario para poder mantener a sus familias y trabajar sin problemas con los mejores materiales y herramientas para realizar su importante misión.

El LUGAR DE VERDAD

Era tal su adiestramiento y maestría en la creación y construcción de las moradas de eternidad de los Faraones, que aún hoy, a pesar del tiempo transcurrido y de haber sufrido numerosas expoliaciones y saqueos, se puede seguir admirando la grandiosidad de la obra de estos hombres con sólo adentrarse en el árido desierto del Valle de los Reyes y hacer el recorrido por estos lugares de muerte y vivificación, que tanto impresionan la sensibilidad de los que se acercan a visitarlos.

El Faraón estaba siempre al tanto de lo que pudiera ocurrir en la cofradía de artesanos a través del llamado “Escriba de la Tumba ”, que ostentaba su representación y era la máxima autoridad general, gobernando la aldea y el círculo de seguridad que la rodeaba, siempre en estrecho contacto con el Maestro de Obras, la Mujer Sabia –consejera y sanadora que dirigía la cofradía de mujeres-, y los dos Jefes de Equipo. Con ellos mantenía frecuentes reuniones cada vez que había que solucionar algún problema, tomar decisiones importantes o impartir justicia. Debía llevar un diario pormenorizado de cuanto ocurría en todo el poblado, desde que la Cofradía del Lugar de la Verdad fuera creada por el gran Tutmosis I (1504-1492) a.C.). En este diario se registraba desde el salario que cobraba cada uno de los trabajadores que, a falta de moneda, se realizaba en productos de primera necesidad como cereales o pescado, mobiliario y otros objetos, hasta las fiestas y condiciones laborales de los colaboradores que les protegían o suministraban productos frescos y materiales de construcción desde el círculo externo y a los que les estaba prohibida la entrada al recinto de la aldea.

Tenemos noticia de todo esto gracia a que, por fortuna, se han conservado muchos de estos escritos, papiros, tabletas y ostracones que constituían la biblioteca del Escriba, algunos de los cuales se pueden contemplar todavía en perfecto estado. Toda una abundante documentación sobre los habitantes de este poblado que ostentaba un nombre extraordinario, pues era conocido como “El Lugar de la Verdad ” en honor de la diosa Maat, según ha recogido el famoso egiptólogo francés doctorado por la Universidad de la Sorbona , Christian Jacq, en su tetralogía “ La Piedra de Luz”. En ella nos narra, de forma amena y novelada y con todo lujo de detalles, basados en los hallazgos de Deir el-Medineh, la historia de los últimos maestros de obras de esta cofradía durante el turbulento periodo final de la XIX ª Dinastía.

LA UNIÓN DE LA VIDA Y LA MUERTE

Los canteros y artistas que realizaban las moradas de eternidad del Faraón o los maestros de obras y jefes de equipo eran enterrados también allí, en su propia necrópolis. Se depositaban también textos y exvotos, figuras de Amón y de Ptah, de Hathor y Maat, principales dioses y diosas cuya inspiración y protección invocaban estas gentes para ejecutar sus trabajos o impartir justicia. Vasos canópicos, ushabtis, sarcófagos y estelas funerarias para utilizar en los rituales de momificación y vivificación. Todo contribuye a recrear el ambiente de una época regida por la Justicia y la Verdad de Maat, el Amor y la Sabiduría de Hathor, la Inteligencia Creadora de Ptah y la fe de todos en el dios solar Amón, cuyo culto se desarrollaba en los templos de Tebas, y era el dios del “Secreto y el Silencio”, protector de los pobres, imagen y fuerza de la Vida Una.

Levántate a la Vida pues, camina, tú no estás muerto. La doble tradición de lo terrestre y lo celeste, íntima y permanentemente unidos, que vivía el pueblo egipcio en sus épocas de esplendor, está resumida en esta frase del Libro de los Muertos, que anima al difunto a seguir viviendo en la Tebas celeste, a la que accede desde la ribera occidental del Nilo donde es enterrado. Tras ella muere cada día Ra, el Sol, para renacer de nuevo por el Este en la aurora del día siguiente tras su viaje nocturno en la Barca de los Millones de Años. Así vivía y moría el egipcio, en la certeza de que muerte y vida no eran sino una imagen más de la inexorable ley de los ciclos que rige todo lo manifestado.

Mª Angustias Carrillo de Albornoz

Bibliografía

Fernando Schwarz: “Initiation aux Libres des Morts Egyptiens”. Albin Michel. París 1991

Fernando Schwarz: “Iniciación y pensamiento simbólico en el Egipto Faraónico”. Biblos, Buenos Aires 1998.

Christian Jacq: “ La Piedra de Luz”. Círculo de Lectores. Barcelona 2000

Utilizamos cookies para asegurar que damos la mejor experiencia al usuario en nuestra página web. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies.