Durante siglos, los pueblos indios de Norteamérica han estado envueltos en una lucha que ha tomado las proporciones de una tragedia. Se trata de una doble tragedia, pues en cierto modo es nuestra tanto como suya.
Estos primitivos norteamericanos han poseído grandes riquezas en recursos humanos y espirituales. Sin embargo todo eso ha sido consciente y activamente destruido por una civilización que está desequilibrada, precisamente porque ha perdido aquellos valores por los que el indio vivía.
Al desatender o negar el legado espiritual que nos han dejado, hemos contribuido a su empobrecimiento y los hemos privado de la posibilidad de enriquecimiento interior que necesitamos desesperadamente.
En la época de los primeros contactos entre europeos y aborígenes americanos, el indio fue descrito, bien como un salvaje brutal, bien como un inocente hijo de la naturaleza. En aras de la verdad, no fue ni lo uno ni lo otro; adentrémonos en su profunda y rica espiritualidad y descubriremos parte de su lejana identidad.
Una descripción objetiva de los ritos religiosos, las costumbres sociales o los accesorios rituales pueden ayudarnos a catalogar y deducir ciertas conclusiones, pero ese tratamiento no puede dar una idea de ese sentido de espiritualidad que muchos de los indios conocían y expresaban en todas las facetas de su cultura.
Debemos ir más lejos de la pura descripción y catalogar en nuestra búsqueda el espíritu de este pueblo en su aspecto más profundo.
Como ha dicho Frithjof Schuan, con una profunda comprensión del indio norteamericano, “la fascinante combinación del heroísmo combativo y estoico, y del porte sacerdotal, conferían al indio de las praderas una suerte de majestad, a la vez aquilina y solar, de donde esa belleza poderosamente original e insustituible, contribuye a su prestigio de guerrero y de mártir”.
Sin duda a veces ocurre que nuestro desconocimiento de sus formas simbólicas unido a nuestro etnocentrismo nos hace plantearnos serias dudas acerca de si los indios americanos poseían lo que nosotros llamamos una “civilización”, o de si estaban lo bastante evolucionados como para rendir culto a un Ser Supremo.
Debido a la importancia excesiva que damos a la actividad mental, tendemos a pensar que el indio, que no tiene ningún lenguaje escrito, adolece de algo vital para su desenvolvimiento. Esta carencia nos ha impedido comprender la integridad y profundidad de su sabiduría, que representa en el indio un tipo de participación espiritual muy eficaz, en el que las ideas y valores esenciales, reflejados por un mundo de formas y símbolos, son espontáneamente vividos.
Otra de las barreras que impiden nuestra comprensión es nuestro prejuicio fuertemente arraigado contra el estilo de vida nómada que seguían muchos grupos indios. La cultura de tipo nómada ofrece valiosas lecciones al hombre industrial contemporáneo, el cual está en peligro de ser aplastado por el peso de su propia civilización, ya que a menudo sacrifica los valores vitales más profundos y llenos de sentido al identificarse con una serie interminable de banalidades.
Pero nadie más apropiado que los propios indios norteamericanos para ofrecernos el sentido de su especial forma de vida. Escuchémoslos, bebamos lo que dicen, llenémonos de sus palabras y descubriremos a través de ellas su hermoso y mágico legado. “Para nosotros lo espiritual y lo físico son uno. Lejos de las dicotomías occidentales entre Dios y la Humanidad, Dios y la Naturaleza, la Naturaleza y la Humanidad, nosotros estamos junto a la Madre Tierra, por la intimidad y el calor del corazón. Nosotros sabemos que por pertenecer a nuestra Sagrada Madre Tierra, somos también Sagrados. Conformarse a las Viejas Costumbres, significa vivir con el sentido de lo sagrado, mantenerse y andar derecho, respetar a nuestros hermanos y hermanas de diferentes naciones y especies. Es abrirnos como el aire, como el cielo, a fin de conocer las montañas, las aguas, los vientos, las luces del cielo, las plantas y los animales. Todo lo que nos da el Gran Espíritu es sagrado; la vida, la muerte, la pena, la alegría, el hambre, la paz, la cólera, el crecimiento, para vivir en armonía con la tierra y con la vida. Toda nuestra existencia está hecha de reverencia. Nuestros rituales renuevan la armonía sagrada que hay en nosotros; cada uno de nuestros actos, comer, dormir, respirar, amar, es una ceremonia que recuerda nuestra dependencia de la Madre Tierra y nuestro parentesco con todos sus hijos.
La muerte forma parte de la vida, y toda vida nace de la muerte. Nosotros matamos y morimos con la conciencia de lo Sagrado y el respeto por lo Sagrado; cuando hemos de matar animales y plantas se hace con reverencia, respeto, gratitud y amor, y con la conciencia de que les pagaremos con nuestros propios cuerpos. Nuestros cuerpos no son nuestros, sino de la Madre Tierra; ella nos permite vivir gracias a otros hijos suyos. Al morir nuestros cuerpos vuelven a nuestra Madre y a sus hijos, que nos han prestado la vida, y nuestros espíritus se funden en la corriente de conciencia, como una ola que refluye hacia el río. Todos los seres vivos se pertenecen mutuamente, pues no somos seres separados. No hay muerte, sólo transformación. Ser consciente de la existencia es Sagrado; nuestra conciencia reflexiona sobre sí misma; las palabras no son dadas, el verbo ha de ser tratado con respeto, si no su poder se vuelve incontrolado y obra para el mal. Mentir es impensable según las Viejas Costumbres, las personas que no respetan a las palabras permiten que éstas creen mundos que los encierran y en los que viven permanentemente. La palabra es como el cristal que concentra el rayo de luz, yo oriento el cristal hacia alguna cosa y a través de él podéis ver lo que señalo.
Pueblo mío, he hablado”.
Este viejo místico y guerrero dejó reflejada a través de estas bellas y sencillas palabras la comprensión profunda de una Verdad atemporal y eterna.
No nos detengamos, sigamos buscando y hallaremos, en las palabras de otro viejo Jefe indio, brotar, como un torrente lleno de pura agua cristalina, el conocimiento del gran Misterio de la Vida.
“Habéis visto que todo lo que hace el indio lo hace en un círculo, y esto es así porque el Poder del Mundo siempre actúa en círculos, y todas las cosas tienden a ser redondas. En los días de antaño, cuando éramos un pueblo fuerte y feliz, todo nuestro poder nos venía del círculo sagrado de la nación, y en tanto el círculo no se rompió, el pueblo floreció. El árbol florido era el centro vivo del círculo, y el círculo de las cuatro direcciones lo nutría. El Este daba la paz y la luz, el Sur daba el calor, el Oeste daba la lluvia, y el Norte con su viento frío y potente, daba la fuerza y la resistencia. Todo lo que hace el poder del mundo se hace en un círculo. El cielo es circular, la tierra también, y las estrellas son redondas; el viento en su fuerza máxima se arremolina, los pájaros hacen sus nidos en forma de círculos. El Sol sale y se pone en un círculo, la Luna hace lo mismo, y ambos son redondos. Incluso las estaciones, con sus cambios, forman un círculo y siempre regresan a donde estaban. La vida del hombre es un círculo de infancia a infancia, y así en todas las cosas en que se mueve el poder.
Nuestros tipis eran circulares como los nidos de los pájaros y estaban siempre dispuestos en círculo, el círculo de la nación, un nido hecho de muchos nidos en el que el Gran Espíritu quería que cobijásemos a nuestros hijos.
Nosotros consideramos a todos los seres creados como algo Sagrado e importante, pues todo tiene un “Wochangi” o influjo, que puede sernos comunicado y mediante el cual podemos obtener un poco más de comprensión si estamos atentos.
Debemos comprender bien que todas las cosas son obra del Gran Espíritu, debemos saber que El está en toda cosa; en los árboles, las hierbas, los ríos, las montañas, los animales, y todos los seres vivos. Y lo que es más importante, debemos comprender que El está también más allá de todas las cosas, y de todos esos seres.
La Paz, entra en las almas de los hombres, cuando ellos se dan cuenta de su relación, su unidad con el Universo, y todos sus poderes, y cuando se dan cuenta de que en el centro del Universo mora el Gran Espíritu, y que este centro está realmente en todas partes, está dentro de cada uno de nosotros”. (Alce Negro)
En una de sus últimas cartas, Alce Negro relata con nostalgia y tristeza:
“Cuando yo era un muchacho, el país era muy bello, a lo largo de los ríos había zonas boscosas en las que crecían todo tipo de árboles. Y debajo de ellos crecían muchas buenas hierbas y plantas floridas. Tanto en los bosques como en las praderas podía ver los rastros de muchas clases de animales, y oír los alegres cantos de los pájaros.
Cuando caminaba en medio del campo podía ver muchas formas de vida, hermosas criaturas vivientes que el Gran Espíritu había puesto allí, y éstas volaban, andaban, saltaban, corrían por todas partes, cada una a su manera. Pero ahora la faz de la tierra está cambiada y triste. Los seres vivientes se han ido. Veo la tierra desolada y sufro una tristeza indecible. A veces me despierto en medio de la noche y siento como si fuera a ahogarme, por la presión de este atroz sentimiento de soledad.
Con lágrimas en los ojos, ¡Oh Gran Espíritu!, con lágrimas en los ojos he de decir ahora que el árbol nunca floreció.
Heme aquí como un viejo miserable, he fracasado y no he hecho nada. Aquí en el centro del mundo, adonde me llevaste cuando era joven y donde me enseñaste; aquí estoy en la ancianidad, y el árbol se ha secado, Abuelo, Abuelo mío.
Una vez más, acaso la última en esta tierra, recuerdo la gran visión que me enviaste. Tal vez viva todavía alguna raicilla del árbol sagrado; nútrela, pues, para que se cubra de hojas y flores y se llene de pájaros cantores. Escúchame, no por mí, sino por mi pueblo, soy viejo. Escúchame a fin de que mi gente pueda entrar de nuevo en el círculo sagrado y halle el buen camino, el árbol protector”.
Gracias a hombres como Alce Negro, Pequeño Guerrero, Gayle High Pine y otros, podemos comprender la sabiduría de estos pueblos, su sentido mágico, su profunda mística, su elevada espiritualidad.
El notable desarrollo espiritual que se encuentra entre muchas de las tribus de las praderas, deriva no sólo de su estrecho contacto con la Naturaleza, sino también de una participación rigurosa en una gran multitud de ritos y símbolos de origen sobrenatural o mágico.
Mediante su participación en estos ritos, que han sido fielmente transmitidos de generación en generación, el indio llegaba a conocer, comprender y luego buscar esos valores reflejados en el gran espejo de la Naturaleza. Lejos de ser simples “hijos de la Naturaleza”, los indios presentaban dinámicas personalidades de gran fuerza, coraje e inteligencia, y a menudo pasaban por intensos sacrificios para llegar a ser lo que fueron y para conservar lo que en un tiempo tuvieron.
Para ellos, todo verdadero progreso espiritual comprendía tres etapas en las que cada una de ellas se realiza sucesivamente y luego es integrada en la etapa siguiente, de modo que fundamentalmente son una sola en la persona que alcanzó la meta final. Pueden emplearse distintas palabras para designar a estas etapas, pero esencialmente constituyen la Purificación, la Perfección y la Unión.
Estas tres etapas eran conquistadas y adquiridas a través de sus ritos y ceremonias y a través del sentido mágico de sus vidas.
Todas las grandes religiones dan fe de que el hombre no está sujeto a error más grande que el creer que su yo real no es más que su cuerpo o su mente.
Sólo mediante disciplinas tradicionales, como las de los indios de las praderas, puede el hombre disipar esta ilusión, la mayor de todas.
El modelo de las tres etapas del desarrollo espiritual puede reconocerse, en una forma u otra, en los métodos de todas las grandes religiones del mundo; es evidente que el indio americano, o al menos el indio de las praderas, poseía también este modelo triple de realización.
Si todavía no se ha reconocido plenamente esta espiritualidad entre los indios, es debido en parte a un problema de comunicación, puesto que sus concepciones a menudo se expresaban mediante formas simbólicas que nos son ajenas.
Si somos capaces de comprender los profundos valores que conforman el legado espiritual de los indios de Norteamérica, podremos asignarles el lugar que en justicia les corresponde entre las grandes Tradiciones de la Humanidad.
Elvira Collado