DEL MISTERIO…

“Tenía los cabellos muy largos, derramados por el divino cuello; tenía en su cabeza una corona adornada de diversas flores...

... en medio de la cual estaba una redondez llana a manera de espejo que resplandecía semejante a la luna; traía una vestidura de lino de muchos colores; ahora era blanca y muy luciente, ahora amarilla como flor de azafrán, ahora inflamada de un color rosado que me quitaba la vista. Era esta una ropa bordada y sembrada toda de unas estrellas muy resplandecientes, también tenía adornos de muchas flores, manzanas y muchas otras frutas y traía unos alpagates hechos de hoja de palma. Tal y tan grande me pareció aquella Diosa, echando de sí un olor divino, como los olores que se crían en Arabia y tuvo por bien hablarme de esta manera:

- ‘Heme aquí do vengo conmovida por tus ruegos, ¡Oh Lucio! Sepas que yo soy madre y natura de todas las cosas, señora de todos los elementos, principio y generación de los siglos. A mi sola y una Diosa honra y sacrifica todo el mundo en muchas maneras de nombres. De aquí que los troyanos me llaman Pesinuntica, Madre de los Dioses. Los atenienses me llaman Minerva cecrópea, y también los de Chipre que moran cerca del mar me nombran Venus Pafia. Los arqueros y sagitarios, Diana. Los eleusinos, la Diosa Ceres antigua, otros me llaman Juno, los egipcios, poderosos y sabios, donde nació toda la doctrina, cuando me honran con mis propios ritos y ceremonias, me llaman mi verdadero nombre, que es la reina Isis… por eso deja ya esos lloros y lamentaciones aparta de ti toda tristeza y fatiga, que ya por mi providencia es llegado el día saludable para ti’ ”.

(El Asno de oro de Apuleyo)

Casi la misma súplica se encuentra en latín en un herbario inglés del siglo XII (British Museum).

“… Tierra, divina Diosa, Madre Naturaleza que engendraste todas las cosas…. Por tu influencia toda la Naturaleza se apacigua y se echa a dormir… De nuevo, cuando te place envías la luz de día y alimentas la vida con tu eterna seguridad; y cuando el alma del hombre se va, vuelve a ti. Tú eres la fuente de los pueblos y los Dioses, sin ti nada puede nacer ni hacerse perfecto, eres poderosa, Reina de los dioses, te adoro como divina, invoco tu nombre, dígnate concederme lo que te pido… Ahora también suplico tu intercesión con tus poderes y hierbas, te ruego a ti a quien la Madre Universal ha parido y nos ha dado como una medicina saludable para todos los pueblos que seas muy beneficiosa para la Humanidad. Eso te ruego y te suplico, por consiguiente concede por amor a la salud, buena medicina por medio de esos poderes mencionados…”

Sin ninguna duda, nuestra madre Tierra siempre guardó y guardará en su seno un infinito amor y compasión hacia todos los seres. Su marco, lleno de formas infinitas, es en su interpretación la desvelación de un misterio, de una ley en cuyo sostén se asienta la Naturaleza. Como afirmaron Paracelso y Mesmer, todos los seres vivos: el hombre, las plantas y la tierra, los planetas y las estrellas se relacionan íntimamente entre sí; lo que afecta a uno de ellos, afecta a los demás.

Para las antiguas tradiciones, las propiedades celestes de las plantas se hallan inscritas sobre sus colores, y las terrestres en la forma de sus hojas. El Sol representa la chispa vital que ilumina el “ens” de la semilla. La Tierra por sí sola no es más que una matriz pasiva, pero que guarda en su interior la sabiduría intrínseca, el arte de sacar lo nuevo a partir de lo viejo. La Naturaleza es el más grande de los alquimistas. Ella sola con ayuda del clima convierte una sustancia en otra. La Naturaleza no rastrilla como hace el hombre de hoy en día, sino que deja funcionar las leyes naturales. De alguna manera, nada de lo que sucede en ella es por casualidad o por capricho.

Es evidente que muchas de estas cosas escapan a nuestro conocimiento habitual. Nuestra vida, apartada de su entorno natural, cada vez más robotizada, llena de estrés y preocupaciones, no contribuye en absoluto a fomentar ese vínculo íntimo con la Naturaleza. Pero a pesar de todo ello nunca nos abandona. Es así que el mundo de las plantas estaría precisamente destinado a aliviar la fatiga del hombre, es decir, a repasar constantemente sus fuerzas orgánicas, y también a curar sus dolencias tanto físicas como espirituales. En definitiva, el mundo de las plantas representaría la base de su alimentación, que obra en su cuerpo físico, y la base de su curación, que obra en su cuerpo electromagnético, atenuando posibles enfermedades, y al mismo tiempo en su equilibrio emocional, y aquí la tradición mágica incluye ceremonias, adivinación, éxtasis, etc. A su vez, el hombre, aparte de la Agricultura y el cultivo tradicional, podría intervenir alquímicamente en su crecimiento –Redención- o resucitarlas –Palingenesia-, pero esto desborda el marco de las ciencias oficialmente aceptadas.

 

DE LAS PLANTAS EN LA ANTIGÜEDAD

Ya en la Antigüedad, todos los pueblos de la Tierra conocían diversos secretos que hoy permanecen sumidos en el olvido. Estos conocimientos eran de gran ayuda en muchos aspectos de la vida del hombre. Por ejemplo, el santuario de una divinidad se construía en el interior de los bosques, para que los espíritus de las plantas y de los árboles permanecieran allí como sus primeros cuidadores. Recordemos también que muchos sabios meditaban simbólicamente bajo las ramas de un árbol, y allí recibían su iluminación. El árbol obra así de mediador entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre, de ahí que su fuerza de espíritu pueda curar a un enfermo.

Los árboles siempre han sido, a través de los tiempos, un refugio para el hombre que los necesitó: en la enfermedad, el trabajo, el amor o el dolor, la gente buscaba al árbol y se abrazaba a su tronco. Sentían entonces que fluía de ellos el consuelo. Los enamorados buscaban el tilo, los hombres que iban a la guerra se abrazaban al roble, las personas perdidas en problemas de la mente se acercaban al abedul. Y todo ello porque el tilo representaba la fuerza de Venus, el roble la de Marte y el abedul la de Mercurio.

Los antiguos ritos de fertilidad estaban íntimamente relacionados con el crecimiento de las plantas y la cosecha. Así vemos que los indios pipiles de la América Central se abstenían de tener relaciones sexuales durante los días de la siembra. Otros pueblos pensaron que el hombre podía incrementar la fertilidad de la tierra por medio de ceremonias religiosas. En Atenas, los griegos rendían culto a Dionisos, que era entonces el dios del vino, y fue previamente el de la cerveza en otras culturas. Cada año Dionisos tenía una unión divina con la Reina, y esto aseguraba la fertilidad de la vid y los árboles frutales. En los misterios de Eleusis sucedía algo parecido, existía una unión mística de Zeus todopoderoso con Deméter, Diosa de los cereales.

También la Danza sagrada constituía un rito más, que estimulaba el crecimiento de las plantas (todavía hoy se conservan estas danzas del despertar de la tierra), pues consideraban el sonido rítmico que les llegaba a través de la tierra y no a través del aire como muy efectivo, sobre todo en la época de la siembra.

Pero quizá lo que más nos conmueve de los antiguos y su relación con las plantas es su capacidad de visión, de respeto y amor hacia su medio natural. Ellos sabían que todas las plantas, arbustos, flores y árboles eran seres vivos palpitantes y conscientes, dotados de un espíritu o alma. Existía una actitud de reverencia y sentían que una fuerza vital emanaba de ciertas plantas, no sólo a través de sus brillantes colores y su fragancia, o con el murmullo del viento que cruza sus hojas, sino de un modo más sutil que el hombre de hoy en día es incapaz de comprender. Muchas de estas sociedades eran tan sensibles a su valor, que alguien que se encontrara mutilando o maltratando un vegetal, podía terminar él mismo mutilado y maltratado.

 

DE SU PODER MAGICO Y CURATIVO

En otros aspectos, encontramos que el poder curativo de las plantas a través de la historia, ha constituido siempre, además de una materia poética y fascinante, una verdadera farmacia natural. La naturaleza suministraba todo lo que el hombre necesitaba para vivir, incluyendo hierbas medicinales, a las que respetaban por considerarlas mágicas y misteriosas. Todavía en alguna tribu del Amazonas podemos descubrir indígenas que utilizan estas raíces y hierbas especiales para aumentar o disminuir la posibilidad de concebir en las mujeres, otras para extraer las muelas sin dolor, o curar las quemaduras, etc.

En lo que respecta a las plantas alucinógenas, Carlos Castaneda nos describe en uno de sus libros cómo uno de estos indios le muestra el poder psíquico de las mismas y cómo a través de ellas puede conocer los distintos niveles de realidad que hay en la vida. Es decir, Castaneda nos estaría hablando del despertar de la conciencia con un fin ceremonial e iniciático.

Algunas de estas plantas eran también utilizadas en la adivinación. Todo jefe o Rey siempre ha estado rodeado de adivinos, hechiceros, augures. Había diversas maneras de emplear las plantas para producir, el futuro. En Grecia, el más famoso de todos los adivinos era la Pitia, que actuaba a través del oráculo de Delfos. Esta era una mujer, que después de, se dice, ingerir hojas de laurel e inhalar los vapores de una profunda grieta abierta en la Tierra, entraba en una especie de trance durante el cual podía pronunciar palabras de manera vaga y ligeramente incoherente, que más tarde los sacerdotes traducían en forma versificada y con elementos proféticos.

No obstante, si hablamos de curación, adivinación y éxtasis por medio de las plantas, no nos podemos quedar tan sólo con este aspecto en el que quizá cayeron de una forma degradada los practicantes de algunas religiones, utilizándolas erróneamente; ni tampoco con la versión de este o aquel libro que nos describe detalladamente las diversas utilizaciones que se han hecho de las plantas a través de la historia.

Por otro lado, hoy se habla bastante del poder curativo de algunas plantas y hierbas medicinales. Esto, si bien siempre ha sido cierto, hoy se nos presenta como un “boom” comercial, de forma etiquetada y a un precio bastante caro. Quizá sería más rentable preguntar a nuestras abuelas por alguna de estas panaceas que hoy están reapareciendo en forma de Medicina Natural, y a través de casas comerciales. De cualquier modo, al margen de este proceso, producto de nuestra era actual, lo que sí podemos percibir es la necesidad del hombre de volver a dialogar con la maturaleza, de encontrar la salud perdida del cuerpo y del alma a través de estas hierbas, cuyo aroma, sustancia y vibración siempre estuvieron ahí al servicio de la humanidad. Aunque, desgraciadamente, la actual humanidad haya perdido bastante el fino y natural instinto para escoger aquellas plantas beneficiosa que le librarían de ciertos males, no únicamente físicos.

 

DE LAS PLANTAS Y SU BELLEZA…

Las plantas no sólo sirven al hombre para obtener alimento o bienestar físico y mental, sino también para el cuidado y logro de la belleza.

Algunas plantas, y en particular las flores han deleitado siempre por su estructura exquisita, su delicado colorido y fragancia, aunque otras hayan sido hostiles al hombre por sus venenos y sus formas engañosas. Por todo ello, desde hace mucho tiempo, las flores dieron origen a mitos y leyendas, en las que aparecían como espíritus maléficos o benéficos, en forma de elfos, demonios, hadas, ninfas, etc. A medida que nos hemos alejado de la naturaleza, el sentido oculto y el argumento de tales historias se han tornado incomprensibles y oscuros, como si de invenciones se tratasen.

Aún hoy, a través de la contemplación de una flor, podemos sentirnos velozmente transportados en el tiempo y en el espacio. Quizá hacia dimensiones perdidas y añoradas. Una simple flor es capaz de expulsar en nosotros envidias, celos y contrariedades. Probablemente actúen en nosotros según sus propias naturalezas. La rosa, por ejemplo, sería por excelencia la que representaría la belleza, el amor y la virtud.

Hoy, en este inmenso bosque oscuro y engañoso que es la vida, quizá sea el hombre el ser más apartado de un verdadero proceso natural de evolución. Y le vemos caminar extraviado, alzando sus ojos al cielo en busca de respuesta, en busca de alguna estrella que le guíe.

Más allá del lugar de la tierra que nuestras plantas pisan, nuestro ser interno nunca perteneció a la tierra. Es el gran apátrida, el gran misterioso. No obstante el hombre tiene, aquí y ahora, la posibilidad de crear con sus manos una vida más digna, más noble, más pura. Tan sólo entonces podría atisbar allá en lo alto su “Estrella fiel”, aquella que no le abandona, que le guía y le muestra el camino de regreso a su verdadero hogar.

Juana Carratala Melchor